Es evidente que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, es toda una caja de sorpresas y no hay acuerdo al que no esté dispuesto a llegar para conseguir su objetivo. Su propuesta de apoyar al candidato de la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, para el consejo de comisarios de la Comisión Europea, a cambio de que la líder de la formación Hermanos de Italia —de ideología ultra hasta hace cuatro días— apoye a la ministra del PSOE Teresa Ribera es, ciertamente, llamativa. Es verdad que Sánchez ha conseguido, con el tiempo, imponer una máxima política infranqueable: todos los acuerdos a los que el líder del PSOE llega son objetivamente buenos, ya que el objetivo final pasa por encima del color de las alianzas alcanzadas.

Desconozco si el gobierno socialista español se saldrá con la suya y Meloni picará el anzuelo, puesto que ella también gana en el trueque. Habrá quien también sostenga que si pasa por encima del bloqueo que le ha impuesto el Partido Popular Europeo, tras la presión de Alberto Núñez Feijóo, habrá hecho un ejercicio de realpolitik. Que, con el tiempo, nadie se acordará de cómo habrá salido adelante la designación de Ribera y que, en cambio, será durante cinco años vicepresidenta de la Comisión Europea. Todo eso es cierto... pero solo en parte. Hace solo cuatro días, Sánchez se oponía con fuerza al modelo Meloni de inmigración e incluso se quedaba solo entre sus colegas europeos que abrazaban su fórmula dura de abordar la cuestión. De hecho, la pinza de la primera ministra italiana con el alemán Olaf Scholz, socialdemócrata, dejaba a la Moncloa al descubierto.

Hace cuatro días Sánchez se oponía al modelo Meloni de inmigración y se quedaba solo entre sus colegas europeos 

Pero como la política son pactos y cambios de discurso acelerados, Meloni ha pasado de ser considerada de ideología "ultraderechista" a "conservadora extrema" y a tener una cierta entente con la Comisión en Bruselas, mucho más pendiente de grandes acuerdos económicos que de temas digamos sociales. Así, se traza una sutil línea roja entre la ultraderecha que gobierna, como es el caso de Meloni, y la que no, como Marine Le Pen y su Agrupación Nacional. Unos quedan a un lado y otros en el contrario, al menos en Europa. Sin embargo, tampoco es exactamente así en Francia, donde el presidente de la República, Emmanuel Macron, es capaz de darle a Le Pen las llaves de la gobernabilidad en la Asamblea Nacional a cambio de mantener en la oposición a la izquierda de Jean-Luc Mélenchon. Y eso que su formación de izquierdas, La Francia Insumisa, lo ayudó a desplazar a Agrupación Nacional a la tercera posición en la segunda vuelta de las últimas elecciones legislativas.

Vamos, que los principios son unos y, si no sirven, en el inventario ideológico o en el de hacer política, hay otros. Eso sí: la izquierda puede practicar el juego con esa superioridad moral en la que no pasa nada y es lo más normal del mundo si llegan a un acuerdo para lograr sus objetivos —ahí está el caso flagrante de Ada Colau en Barcelona con Manuel Valls— y los demás son formaciones vendidas al capital, carentes de principios y que solo defienden sus intereses. Así, ver hoy la política es enormemente difícil y adivinar lo que puede acabar pasando aún más. Ya que, ciertamente, nada es imposible.