No es la primera vez que un president de la Generalitat decide bajarse el sueldo al llegar al cargo —cobrará 130.250,60 euros al año— en un gesto que, sin duda, le honra pero que a la hora de la verdad ni es justo, ni es ejemplar, ni dignifica el cargo. Ya lo hizo Artur Mas en 2010 cuando tomó posesión y, dada la crisis económica del momento, que le obligó incluso a algo tan impopular como recortar el salario de los funcionarios un 5%. Mas decidió pasar las tijeras a su nómina como president y a la de los consellers. Así, después de que su antecesor, José Montilla, estuviera cobrando 169.446,78 euros, Artur Mas pasó a percibir 136.834,78 euros. El último president hasta la llegada de Pere Aragonès, Quim Torra, tenía asignada una retribución de 153.235,50 euros.
El debate sobre el salario de los políticos y de los principales mandatarios de un país es tan viejo en Catalunya y se reproduce tan regularmente que casi acaban sirviendo siempre los mismos argumentos. Hay, en el caso catalán, una sensación de mala conciencia por lo que se cobra como president de la Generalitat, del Parlament o conseller que no se produce en ningún otro sitio. Por descontado, no en Madrid. Pero tampoco en otras capitales europeas. Y en ello participan con un interés u otro incluso los que en Madrid no consta que hayan protagonizado ninguna acción similar. El último que también planteó su intención de rebajarse su retribución como president de la Generalitat si accedía a esta responsabilidad fue el exministro Salvador Illa, que prometió reducirse el sueldo en un 30%.
Siempre he defendido que, en la práctica, estas medidas son del todo ineficaces y tienen un riesgo de ser percibidas como populistas. Entre otras cosas, porque hablar de una rebaja de salario si se cobran 130.000 euros puede acabar siendo, para el común de los mortales, una broma de mal gusto cuando la tasa de desempleo en Catalunya en el primer trimestre, según la EPA, es del 12,9% y el paro en los menores de 25 años del 33,4%. Eso por no hablar de la cronificación del salario de mileurista en un porcentaje peligrosísimo de los que hoy tienen empleo.
Es, por tanto, un debate perdido, ya que cualquier cantidad de este nivel difícilmente supera el filtro de la irritación de la ciudadanía. Estamos ante un debate imposible que solo tiene una lógica: hay que intentar tener buenos políticos y han de estar bien pagados. Y, en el caso del president de la Generalitat, no solo es el salario sino que está lo que se entiende como la manera de desplazarse la burbuja de la primera autoridad de Catalunya. Artur Mas instauró el viaje en turista como una medida ejemplarizante que, a la hora de la verdad, a las 24 horas estaba amortizada. Y, mientras, otros se mueven en aviones de la Fuerza Aérea Española o descansan en el coto de Doñana o en otras residencias del Estado. A los catalanes les pierde la estética, decía Unamuno, y lo cierto es que el no haber tenido nunca un Estado propio en la época actual acaba teniendo una importancia más grande de la que se presupone.