Acaba de manifestar el expresidente Felipe González, con aquella falsa autoridad que solo confiere el estar al frente del Gobierno durante casi quince años y haber superado ya el nivel de la más mínima prudencia y discreción, que, a veces, el Ejecutivo de Pedro Sánchez se parece mucho al camarote de los hermanos Marx. El ejemplo incluso es divertido, ya que el PSOE tira hacia su lado y Podemos hacia el suyo mientras el Gabinete embarranca una y otra vez en medio de discusiones muchas veces bizantinas. En aquella película, Un día en la ópera, los hermanos Marx ironizaban de forma delirante sobre cuántas personas pueden entrar en un camarote de un barco que se dedica a hacer cruceros. Pero más allá de la gracia de ver a Felipe despotricando de los suyos, algo que tampoco le cuesta mucho, el ejemplo no es del todo certero, ya que en este camarote imaginado por los hermanos Marx en 1934 en un momento que atravesaban una mala racha no están solos los miembros del gobierno español, sino que no pasa un día que no dejen de haber opositores dispuestos a conseguir un sitio entre aquellas cuatro paredes donde lo más disparatado y surrealista puede acabar sucediendo.
González es imprudente pero sabe los límites de su crítica: solo políticos, no vaya a ser que... Nadie le oirá entrar en terrenos pantanosos del deep state, ya que es el primero que sabe que solo podría salir perdiendo. Podía haber salido perfectamente censurando el pulso de la Guardia Civil al ministro del Interior; o apoyando a Sánchez en su denuncia de la policía patriótica, o reprochando al TC que su sector más conservador quiera encontrar una fórmula para eliminar a los diputados independentistas del Congreso de los Diputados por no haber realizado correctamente el acatamiento de la Constitución; o expresar su perplejidad porque el Tribunal Supremo, a través de un whatsap, haya hecho saber que, previsiblemente, el juicio para la inhabilitación del president Torra se iniciará el día 17 de septiembre cuando aún no se sabe quién será el ponente ni si el calendario será suficiente para el trabajo que tiene que realizar. Eso sin que nadie haya explicado qué pasa con los casos que estaban antes que el suyo aguardando turno en el Supremo, si se habrán o no resuelto, o si las ansias de inhabilitar al president Torra pasan por delante. Por no hablar de cómo el Supremo desoye la justicia europea e insiste en que Carles Puigdemont y Toni Comín no pueden ser eurodiputados importándole un rábano que ya lo sean y que su escrito carezca de valor alguno a excepción del derivado del consumo y la propaganda doméstica.
Llama mucho la atención que el TC estudie una denuncia de Vox para dejar sin escaño a 29 parlamentarios —independentistas varios de ellos y algunos diputados de Podemos— por su manera de prometer el cargo cuando el Tribunal de Justicia de la Unión Europea ya estableció que lo que cuenta es su elección como diputados. En un país serio, esta noticia del Constitucional o bien no se habría producido o nadie estaría pendiente de ello, ya que no tiene ni pies ni cabeza. Pero hemos visto tantas cosas y tantas tropelías que en principio parecían muy poco probables que no es exagerado evitar tomárselo a broma. El Gobierno hace tiempo que dejó de tener una parte importante del poder y en esta telaraña de incontables casos judiciales que se ciernen sobre los políticos todo puede acabar pasando. ¿Lo imposible, también? También.