Decir a estas alturas que la invasión de Ucrania por parte de Rusia está provocando inflación, aumento de precios y rebaja del crecimiento del PIB, que es lo que ha venido a hacer Pedro Sánchez este miércoles en el Congreso de los Diputados es, sinceramente, no decir casi nada. Proponer una batería de medidas económicas, muchas de ellas inconcretas, sobre el precio de la energía, bien sea sobre la gasolina o el recibo de la luz, abrir de nuevo el camino de los ERTO como durante la pandemia, o plantear líneas de crédito para los sectores afectados, no es un plan contra la crisis. Un plan es otra cosa y, si no, que pregunte a las numerosas empresas afectadas cómo han reevaluado la caída de ingresos y el crecimiento desbocado de gasto. Como mucho, supone intentar por parte del presidente del Gobierno sortear la enfermedad, que es grave y profunda, y no solo tiene que ver con la pandemia y la guerra, con aspirinas. Y eso, en medio de una credibilidad dudosa, ya que los pronósticos de hace un par de semanas de la vicepresidenta Nadia Calviño eran eso, vaticinios desenfocados de la cruda realidad que ha acabado llegando.
El anuncio, aún provisional, de la inflación interanual conocida hoy del 9,8% ―magia de la política, Sánchez intenta contraprogramar en el Congreso de los Diputados con promesas que salen gratis y ocupan siempre jugosos y generosos titulares― nos retrotrae al año 1985. Hace 37 años se pagaba con pesetas, España firmaba el tratado de adhesión a la Unión Europea, se legalizaba parcialmente el aborto, mandaba Felipe González, Jordi Pujol tenía mayoría absoluta en Catalunya, se encontraron los cuerpos sin vida de Lasa y Zabala, el paro llegaba en España a los tres millones, un 17%, y empezaba a vislumbrarse que acabaría siendo un problema endémico para la economía, y Paloma San Basilio cantaba en Eurovisión La fiesta terminó. Un título ciertamente actual, por más que los últimos en enterarse sean algunos políticos.
Estamos ante una tormenta perfecta que nos hará un país más pobre de golpe, porque este casi diez por ciento de inflación, que no será compensado con un aumento similar de los salarios, será como si de golpe las nóminas bajaran este porcentaje. Ya se empiezan a notar faltas de suministros de materias primas y, a la espera de que salgan datos del conjunto de la eurozona, estaremos de los primeros, si no el primero, en aumento de la inflación. Porque es cierto que se ha disparado en todos sitios, pero no es igual el 6,1% en Alemania que el 9,8% en España. Veremos también como las previsiones de crecimiento son reanalizadas claramente a la baja, como ya ha hecho el país germano, que ha pasado de una previsión de crecimiento de 4,6% para este año a otra considerablemente menor del 1,8%. Todo ello en un marco de incertidumbre que tiene la guerra como un asunto importante, pero no el único.
Cómo debe estar la situación y la preocupación de la Moncloa que este miércoles el gobierno español ha autorizado, de manera excepcional y temporal, dice, que los supermercados puedan limitar a los ciudadanos la cantidad de productos que se pueden comprar para evitar el desabastecimiento. No había sucedido nunca en los comercios una medida así, y eso que ha habido duras crisis económicas en los últimos años, aunque es cierto que no han sido exactamente como esta, y si a algo puede sonar a la población más mayor, es a racionamiento, una palabra ciertamente fea. En el plano político quizás lo más preocupante es que en crisis económicas anteriores, como la financiera, la protesta se canalizó hacia movimientos como el de los indignados y ahora, si miramos las encuestas, es la ultraderecha de Vox la que está a la espera de recoger la ola de protesta popular.