Hace tiempo que lo vengo resaltando: un día, alguien hará un libro con los informes de la fiscalía del Tribunal Supremo y las resoluciones, interlocutorias, autos, sentencias y escritos diversos de algunos jueces que han redactado textos relacionados con el Procés, bien sean de Barcelona, de la Audiencia Nacional o del mismo Supremo, y formará parte de un nuevo género literario de ficción. No sé bajo qué epígrafe quedarán englobados y si será uno inédito, ya que la lista es interminable: suspense, misterio, terror, romance, ciencia ficción, comedia, fantasía… Viene esto a cuento del texto literario del fiscal Fidel Cadena donde expone los argumentos de los 12 fiscales que tumbaron a los otros tres fiscales que se alinearon con su colega Álvaro Redondo, que era contrario a investigar al president Carles Puigdemont por terrorismo en la conocida causa judicial de Tsunami Democràtic.
El informe o relato de Cadena, que pasaría sin duda como novela de los ejecutivos de la Editorial Planeta y no solo por proximidad ideológica, pretende ser tan realista que tampoco es tan extraño que acabe convenciendo a sus colegas. No obstante, tiene un problema que no es pequeño: nada fue como él lo explica. Coge los hechos, los introduce en una coctelera y destila sutilmente la conclusión a la que pretende llegar. Ya los vimos en el juicio del Procés, pero alguno, ingenuamente, ahora se ve, podía pensar que aquello fue fruto de una tensión del momento en la que cualquier exageración era incluso bienvenida por aquella España del A por ellos. Cadena no es el único, sigue allí y la derecha sociológica no parece dispuesta a que nada de lo acontecido en aquellos años desaparezca de la política del presente.
Pero de todo el informe del ministerio fiscal hay una parte que me ha impactado especialmente. Cadena, después de explicar por qué, según él, la actuación y los movimientos del president Carles Puigdemont en el sumario de Tsunami Democràtic encajan perfectamente con un delito de terrorismo, señala: "Esa pluralidad de indicios acredita dominio funcional del hecho [se refiere a lo que sucedió en el aeropuerto de El Prat], liderazgo absoluto, autoría intelectual y asunción de las riendas del actuar típico [delictivo]". Y concluye que Puigdemont podría haber paralizado el desarrollo de los delitos presuntamente cometidos, según el fiscal, "retirando su apoyo carismático a Tsunami". He ahí, el nuevo concepto que viene a sumarse a tantos otros que ha ido forjando la judicatura con relación al Procés: apoyo carismático.
El carisma, algo innato en cualquier liderazgo político y profesional, queda englobado en un nuevo tipo de delito
¡Ostras! Ahora, el "apoyo carismático", el carisma y su uso, algo que, por otro lado, es innato en cualquier tipo de liderazgo político y profesional, queda englobado en un nuevo tipo de delito. Y la pregunta tiene que ser esta: ¿cómo se mide el apoyo carismático y quién es merecedor del calificativo, hasta la fecha, manifiestamente positivo, de tener carisma? No lo sé. Me pregunto, por ejemplo: ¿un tuit de Jordi Basté sobre Tsunami Democràtic en aquellas fechas y, supongamos, viendo favorablemente el movimiento, le convertiría en presunto delincuente? Porque es evidente que Basté carisma tenía, ya que era en aquellos años el líder radiofónico. O el presidente de Esquerra, Oriol Junqueras, el presidente del Barça, o el del Colegio de Médicos o de Abogados o Pep Guardiola.
¡Uf! Aquí se abre una nueva vía en la que quienes pueden dar su apoyo carismático pueden ser, no diré que infinitas, pero muchas decenas o cientos de personas. Irá a gusto del consumidor. Quiero decir, del juez Manuel Garcia-Castellón o del Tribunal Supremo. Realmente, acaba siendo una batalla imposible. Uno puede estar preparado para casi todo. Pero enfrentarse a molinos de viento es una misión irrealizable.