Reconozcámoslo: seguramente, la política catalana es junto a la italiana la que circula por más vericuetos y realiza movimientos y giros más sorprendentes, hasta provocar, en algunas ocasiones, una cierta sensación de fatiga. Nunca se acaba nada y todo es susceptible de ser inestable hasta el último minuto. Superado, con éxito evidente, por el perfil de la persona escogida, el cuarto candidato a la investidura a la presidencia de la Generalitat, las cuatro abstenciones de la CUP prometidas y que ya se produjeron en la sesión parlamentaria que debía elegir president al conseller Jordi Turull aparecen ahora en un aparente limbo político. ¿Será abstención o será no?, se interrogaban este viernes todos los medios de comunicación. Sin respuesta alguna segura, la CUP ha ganado su primera batalla de la legislatura: los cuatro votos de ahora valen tanto como los diez que tenía en el 2016. No seré yo quien asegure lo que va a hacer la CUP el lunes —porque en la primera sesión de este sábado no han dado pistas de que se vayan a mover de la abstención— y, a estas alturas, lo que ellos entienden como pressing CUP me produce una cierta fatiga.
Me fascina en cambio la reacción que se ha producido en Madrid ante la designación de Quim Torra. También, entre el españolismo militante de aquí y de allá. El que se presenta así y el que indisimuladamente no lo hace. Qué más da. ¿Es que alguien se imaginaba que el president Carles Puigdemont iba a desplazarse de las coordenadas políticas que han marcado su presidencia y que son, en síntesis, 1 de octubre, república y 21 de diciembre? ¿Pero no hay nadie entre los viajantes de intereses entre Barcelona y Madrid que tenga acceso a una información mínimamente fiable? El Madrid político, mediático y empresarial claro que quería una cosa diferente a partir de lo que se les había explicado —y quién sabe si aún puede obtenerlo— pero no iba a ser con la complicidad de Puigdemont.
El candidato Quim Torra pronunciará su discurso de investidura sin los votos asegurados para su elección. Es un acicate y también una oportunidad. Su principal y único objetivo no debe ser otro que intentar que los 65 noes —Cs, PSC, Catalunya en Comú y PP— que ya tiene seguros no aumenten. Uno solo daría al traste con la investidura en la trascendental votación del lunes. Leyendo algunos periódicos de Madrid este viernes y escuchando a algunos grupos parlamentarios catalanes incluso parecía como si ya echaran en falta a Puigdemont. La historia se repite, en parte. Quisieron apartar a Mas al precio que fuera y han acabado deseando que estuviera él y no Puigdemont. Han querido destrozar a Puigdemont y saltarse todas las reglas democráticas para que hubiera un candidato diferente y sin procesos judiciales y ya no les sirve antes de empezar.
Y, todo ello, cuando justo ahora empiezan a ver el peligro del dúo Puigdemont-Torra. Porque detrás de la explosión dialéctica sobre si es un president titella, solo explicable desde la ignorancia de la trayectoria del aspirante, está el verdadero problema para el españolismo: el independentismo ni desmonta nada, ni está en retirada.