Con una eficacia absoluta, capaz de realizar una y otra vez el pleno, el PNV lo ha vuelto a hacer. La engrasada maquinaria de los nacionalistas vascos ha vuelto a arrancar del presidente del gobierno español que el Ejecutivo de Vitoria recaudará nuevos impuestos que hasta ahora el lehendakai Ínigo Urkullu no gestionaba. Y así, con la misma fórmula de siempre, lo que era un no rotundo a asistir a la conferencia de presidentes de este viernes en Salamanca se ha transformado en un sí quizás no entusiasta, pero un sí al fin y al cabo, que lo que cuenta es la foto y lo demás son historias.
Pedro Sánchez casi consigue casi un pleno al diecisiete sino fuera porque el president de la Generalitat, Pere Aragonès, le ha dado calabazas. Por su parte, el PNV obtendrá mayor autonomía financiera para Euskadi después de que la comisión mixta del concierto económico haya sido convocada para este mismo jueves.Y así, hasta la próxima.
No deja de llamar la atención cómo una y otra vez los gobiernos español y vasco juegan siempre la misma partida con un resultado idéntico en cada lance. Es cierto que el nacionalismo vasco no tiene por ahora ningún proyecto independentista en marcha con el que se confronte con el estado español. Pero el concierto económico le otorga una válvula de oxígeno y de autonomía financiera imposible de lograr por Catalunya si no cuenta con un sistema de financiación similar.
Por si eso no fuera suficiente está la asimetría de los vascos respecto al resto de autonomías y la simetría de Catalunya con las otras quince restantes. Desde Catalunya no se ha reprochado nunca que el País Vasco tuviera el concierto económico y tampoco se puede criticar que en todas y cada una de las negociaciones con el gobierno español se acaben llevando el gato al agua. Será que negociando son mejores y, en todo caso, hay que felicitarles.
Pero también es verdad que cualquier acuerdo entre el gobierno vasco y el español acaba teniendo casi siempre un encaje en el mapa político mediático español y, en cambio, cualquier posible acuerdo entre el gobierno español y el catalán desata una campaña de agravios, muchas veces inventados, que acaba teniendo como resultado un inviable café para todos. Y eso, más de cuarenta años después, es insoportable.