La decisión del Tribunal Constitucional de Bélgica declarando inconstitucional la ley de injurias a la monarquía de aquel país después de que España hubiera intentado, apelando a este delito recogido en el actual Código Penal belga, la extradición del rapero Valtònyc, es el enésimo revolcón que sufre la justicia española en Europa. España solo sabe sumar derrotas en Europa y cuando trata de cimentar sus demandas en legislaciones caducas de otros países -el delito de injurias a la monarquía databa del año 1847- el resultado para el exilio no cambia, y lo que sucede es que las leyes se adaptan a los nuevos tiempos. Para Valtònic se ha acabado una pesadilla y ya sabe que definitivamente no será extraditado.
Desde que abandonara Mallorca y tomara el camino del exilio, hace ahora casi tres años y medio, después de que fuera condenado por la Audiencia Nacional en 2017 -el Tribunal Supremo lo ratificó en 2018- a tres años y medio de pena de prisión por calumnias e injurias graves al anterior jefe del Estado porque en una de sus canciones se decía que Juan Carlos I era un ladrón, Valtònyc ha compartido con el exilio independentista una parte importante de su acción de denuncia del estado español. De hecho, en muchas de sus iniciativas ha estado presente y Gonzalo Boye, abogado de Carles Puigdemont, también ha llevado su defensa.
No deja de ser preocupante que una vez más se ponga de manifiesto que la justicia empieza en los Pirineos y que por encima de la cordillera exista un sistema de justicia del cual estamos ausentes. Que la autarquía española a la hora de entender lo que es Europa, su legislación y sus valores democráticos, queden tan lejos que lo que allí se considera libertad aquí acaba siendo años de cárcel. Y España no sale de este bucle histórico que le ha condenado siempre a ser un país en blanco y negro con escasos valores democráticos y necesitado de ayudas económicas para abordar sus continuos despilfarros. Cuando no es la crisis financiera, es la del coronavirus. Los años de bonanza económica se malgastan una y otra vez en un capitalismo de amiguetes tan propio de Madrid mientras la corrupción se expande periódicamente.
El primer ministro de Bélgica, Alexander de Croo, flamenco de tendencia liberal, señalaba esta semana en una conferencia pronunciada en el College of Europe, un prestigioso instituto de estudios europeos lo siguiente: "La Unión Europea es una unión de valores, no es un cajero automático. No puedes quedarte el dinero pero rechazar los valores". Lo decía en referencia a todos aquellos países -Polonia pero también Hungría y España- que quieren anteponer, unos frontalmente y otros en voz baja, su legislación doméstica a la comunitaria. Aquello tan español de que se consiga el efecto sin que se note el cuidado y pasando por encima del Tribunal de Justicia de la UE.
La defensa de los valores europeos no es negociable para la justicia europea y con Valtònyc ganamos todos ya que la libertad de expresión no es ni de unos ni de otros. Es de todos.