El órdago de Pedro Sánchez retirando unilateralmente la inversión de 1.700 millones para la ampliación del aeropuerto del Prat ha provocado un auténtico vendaval en la política catalana, en los sectores económicos y en el ecosistema del Upper Diagonal, moviendo desesperadamente sus semáforos rojos para detener lo imparable. Sánchez pretendía dejar tumbado al Govern y que se comiera el marrón de la pérdida de una inversión millonaria. Eso porque no aceptaba manu militari una ampliación decidida desde Madrid, incapaz de cumplir los criterios medioambientales de la CE y que afectaba, claro que afectaba, a La Ricarda. Todo, menos negociar, buscar puntos de encuentro, propuestas imaginativas que partieran de una concepción mucho más acorde con las previsiones que se están haciendo de la aeronáutica del futuro.
Veinticuatro horas después de su gesto autoritario, el gobierno español no ha explicado aún por qué lo ha hecho, más allá de filtrar que si un tuit o unas declaraciones no le habían gustado. Es obvio que nos quieren entretenidos en estos detalles ya que lo importante, ganar o no el relato de quién ha sido el irresponsable en todo este asunto, es una cuestión que llevan manejando detrás de las bambalinas desde el miércoles, a través de las terminales Barcelona-Madrid. Más de uno no ha dormido y a lo mejor no ha sido por la renuncia a la ampliación de la pista del aeropuerto sino por las oficinas que se tenían que construir dentro del complejo y que se llevaban una parte muy significativa del pastel de la inversión de 1.700 millones.
Porque, al final, Aena es una cotizada del Ibex —este jueves ha caído un 1,70%, su valoración más baja del último mes— y en su largo historial la potenciación del aeropuerto de Barcelona no ha estado nunca en primer lugar. Porque El Prat ha sido una docena de veces más rentable que Barajas y, sorpresa, ha llegado a recibir tres veces menos que el aeropuerto de Madrid. Porque eso se puede decir, ¿no? Persigamos que Barcelona sea un hub intercontinental, sí. Pero decidamos nosotros cómo queremos que sea nuestro aeropuerto y reclamemos su gestión empleando los votos en las Cortes generales. Eso quizás sea un pequeño acto de soberanía. Pero seguro que es más rentable para los catalanes que olvidar que los votos independentistas deben servir para esto.
En política, tanto o más importante que tener el poder es ejercerlo, imponer respeto a tu adversario. Con El Prat, el gobierno español ha cruzado una línea roja que no es solo política, ya que hay una actitud deliberada de chantaje y de humillación. Casi se podría decir que tiene un tufillo electoral, sino fuera porque no hay, previsiblemente, unos comicios a la vuelta de la esquina y el PSOE los problemas los tiene con el precio de la luz, ya que el foco español no está puesto en Catalunya. En la respuesta que se dé desde el independentismo y obviamente desde el Govern estará el listón del conflicto del curso político recién iniciado.