Es muy probable que la vergonzosa renovación del Tribunal Constitucional sea uno de los actos más impúdicos de los que ha llevado a cabo el Congreso de los Diputados en la presente legislatura. La elección, a sabiendas, de una persona absolutamente incapacitada y manifiestamente parcial para ser uno de los miembros del TC, simplemente porque así lo han acordado el PSOE y el Partido Popular, y, si no el pacto suscrito saltaba hecho añicos por los cuatro costados, no solo deja en mal lugar a las dos formaciones políticas, que allá ellas, sino que rompe las costuras entre lo que es lícito hacer y lo que no debería hacerse nunca.
El magistrado Enrique Arnaldo Alcubilla ha superado la votación del Congreso de los Diputados, mientras muchos de sus miembros decían que votaban con la nariz tapada, recuperando así una famosa frase escrita por el periodista Indro Montanelli cuando recomendó a sus lectores, ante unas elecciones italianas que podía ganar el PCI, que fueran a votar la Democracia Cristiana aunque tuvieran que taparse la nariz. Aquí, los que copiaban a Montanelli, no era más que una manera de decir -y lamento ser tan crudo-, que la disciplina de partido y el sueldo que perciben como parlamentarios van muy por delante de los más elementales principios éticos.
Aunque mucho se ha hablado de la inconveniencia que Arnaldo ocupara un sillón en el TC, al final ha primado, como siempre, el acuerdo entre los partidos que sustentan el régimen del 78. Se ha dicho y no con sorna sino con la contundencia que otorga el hecho de hablar desde la tribuna de oradores que así se garantizaba el normal funcionamiento de las instituciones. ¡Pero cómo narices se puede proclamar que así se garantiza el normal funcionamiento de las instituciones cuando tu lo que estás haciendo es cargarte el prestigio que debería tener la Institución! El denunciable pasteleo entre los dos grandes partidos españoles no debía desembocar, en ningún caso, en una merma del Tribunal Constitucional recién elegido y que ya queda condenado a futuro en todas las decisiones que pueda adoptar.
Hacer las cosas con un mínimo filtro de rigor, ecuanimidad y calidad democrática era más que necesario. Los once diputados del PSOE y Podemos que rompieron la disciplina de voto no hicieron otra cosa que sacar los colores a sus compañeros de escaño. Algún día deberá repasarse y hacer una lista del número de sapos que ha debido digerir, con excusas diversas, una formación como Podemos que vino para reformar la manera de hacer política y ha acabado agarrada en la misma malla de intereses que decía denunciar. Sin sus votos, nada hubiera cambiado ya que la mayoría parlamentaria entre PSOE y PP lo hubieran sacado adelante igualmente.
Pero con un voto simbólico y diferente, Podemos hubiera estado en el lado correcto de la historia. Aunque sea de la historia del desacreditado Tribunal Constitucional.