Un día adquiere dimensión histórica cuando recuerdos y vivencias perduran con el paso del tiempo y se vuelven imborrables en la memoria de cada uno. El 1 de octubre de 2017 es, sin duda, el más emblemático de todos ellos para los catalanes. Sin duda, para los que en un porcentaje altísimo, más de 2,3 millones, acudieron a votar en unas condiciones extraordinariamente difíciles en el referéndum sobre la independencia de Catalunya convocado por el Govern. Lo hicieron perdiendo el miedo a un estado opresor que aquel día escribió una de las páginas más negras de su inmadura democracia y protagonizó unas imágenes de una violencia policial extrema que escandalizaron al mundo entero. Pero también fue un día histórico para los que desde su legítima adscripción política contraria a la soberanía de Catalunya tomaron conciencia de que solo con el uso de la fuerza se podría impedir, entonces y en el futuro, una votación sobre la independencia.
Cuatro años han pasado desde aquella inolvidable jornada en que la ciudadanía adquirió un protagonismo especial y se convirtió en motor de un hito histórico. Hubo un president, un Govern y unas entidades. Claro que sí. Y, además, pagaron con el exilio -que aún perdura- y con la prisión -hoy, por suerte, indultados por la presión internacional- la venganza de una España humillada en su incompetencia a la hora de encontrar las urnas y atrapada en su falta de respuesta a cualquier planteamiento democrático de independencia. Pero hubo un pueblo levantado democráticamente en actitud de insobornable resistencia y de apoyo a sus gobernantes.
Aquella ilusión se ha transformado en nostalgia. Aquel coraje, en cautela. Aquella unidad, en división. Aquel objetivo, en un laberinto. Aquella prisa, en paciencia. Los actores políticos se manejan más que nunca mediando un gran abismo entre lo que dicen y lo que hacen. O, para ser más precisos, lo que pueden hacer con un estado español claramente enfrente y sin haber abandonado la represión, como única estrategia para tratar de domar al independentismo catalán.
La novedad, la gran novedad, para sorpresa de unos e inquietud de otros es que la gente sigue ahí. Tozudamente alzada, como un bloque granítico impidiendo que haya más pasos atrás de los imprescindibles. Por eso, la resistencia pacífica está haciendo trizas los análisis de todos aquellos que precipitadamente quieren acabar con cualquier oposición. Por eso, el independentismo sigue ocupando la centralidad del tablero político en Catalunya. Por eso, el camino sigue repleto de obstáculos pero el horizonte sigue intacto. Por eso, siempre habrá partida mientras la gente no baje los brazos, mantenga su compromiso y no regrese a su casa. Esa es la enseñanza del 1-O.