El paso al frente dado por la vieja guardia de Esquerra Republicana para acabar con Oriol Junqueras y cualquier posibilidad de retornar a la presidencia del partido explica con mayor crudeza que cualquier declaración el nivel de encono desatado por el aparato de la formación republicana. Los críticos con Junqueras han conseguido unificar una foto de viejos roqueros republicanos, en esencia los arquitectos de los dos tripartitos de izquierda en Catalunya entre 2003 y el 2010, con el núcleo duro del aparato de estos años —miembros de la ejecutiva, altos cargos en el Govern o incluso muchos parlamentarios— en una cruenta batalla por el control de la organización que la ha puesto patas arriba y ha dado una imagen de noche de cuchillos largos, en que solo una de las dos partes podía quedar en pie.

Históricos como Joan Puigcercós o Joan Ridao (secretarios generales de Esquerra en el pasado ambos), el ex president del Parlament Ernest Benach o figuras relevantes en el seno de Esquerra por sus años de militancia, como la exconsellera de Educación Marta Cid (46 años de carnet), el también exconseller Josep Huguet y muchos otros de un perfil político parecido, han convergido en esfuerzos con dirigentes más actuales como Carme Forcadell y Dolors Bassa —ambas con un pasado en la prisión por el 1-O, el mismo tiempo que Junqueras—, después de que se diera el pistoletazo de salida contra el expresidente con las declaraciones de Xavier Vendrell. Unas palabras, las de Vendrell, que supusieron un antes y un después en la batalla por el control del partido por las acusaciones vertidas por una persona que ha tenido enorme ascendencia en la organización, muchas veces desde la sombra.

Vendrell afirmó que Junqueras se había escondido en Montserrat tras la proclamación de independencia del Parlament porque tenía miedo y que no había tenido una participación importante en la preparación, pese a ser vicepresident del Govern, y dio el mérito a Carles Puigdemont y Marta Rovira. Eso y su petición a la actual dirección que abra un expediente a Junqueras por negociar con el govern Illa la continuidad de exaltos cargos republicanos que le son afines —algo que él ha negado rotundamente— da una idea de hasta dónde ha llegado la agresividad dialéctica entre los miembros de ERC. El primer paso lo dio Junqueras en Olesa de Montserrat acusando directamente a Marta Rovira y su equipo de haberle excluido de decisiones muy importantes del partido tras su entrada en prisión en 2017, situación que habría continuado una vez salió de la cárcel con un indulto en junio de 2021. Junqueras se comprometió a limpiar el partido antes de recoserlo y puso varios ejemplos para tratar de explicar cómo había sido traicionado.

La pregunta es cómo afectará la explosión descontrolada de trapos sucios a la decisión de los militantes en el congreso de ERC

Ahora, con la carrera de ataques ya imparable —Junqueras sí que frenó sus invectivas poco después del acto de Olesa— la pregunta es cómo afectará la explosión descontrolada de tantos trapos sucios entre el cuerpo electoral, los más de ocho mil militantes, que tienen que decidir en el congreso del 30 de noviembre si votan a una de estas dos candidaturas, Militància Decidim, de Junqueras, o Nova Esquerra Nacional, o, si reúnen los avales necesarios, a las otras dos: Foc Nou y Recuperem Esquerra, mucho más partidarias de distanciarse del PSC y priorizar la unidad independentista. Esta última posibilidad es la única que inquieta al PSC y al Govern de Salvador Illa ya que supondría una preocupación añadida a una legislatura en la que no tiene mayoría parlamentaria y Esquerra puede optar por ponérselo fácil, complicarle puntualmente la vida o hacerle imposible el trayecto de los próximos cuatro años. Esta es la baza de la candidatura de Helena Solà y Alfred Bosch, Foc Nou, que aspiran a movilizar a aquellos militantes que, por ejemplo, pueden estar molestos porque su partido le haya facilitado la investidura a Illa. Y uno de los resultados de ello es que el president vaya a Madrid a celebrar el 12 de Octubre, la Hispanidad, y aparecer públicamente en la capital de España al lado del rey Felipe VI en el desfile militar y el resto de actos oficiales.