De la misma manera que hace un año Vox entró con fuerza en el Parlament de Catalunya —11 asientos y 7,67% de los votos—, la ultraderecha, con su tercera posición en Castilla-León, es en términos políticos la triunfadora de los comicios autonómicos al alcanzar 13 escaños y el 17% de los votos. El presidente en funciones de la comunidad, Alfonso Fernández Mañueco, del Partido Popular, ha ganado las elecciones con una victoria más amarga de lo que puede parecer a primera vista: adelantó los comicios fiándose de unas encuestas que lo acercaban a la mayoría absoluta, algo que no solo no ha sucedido sino que se ha quedado muy lejos y, además, los resultados de este domingo lo dejan en manos de la formación de Santiago Abascal.
La ultraderecha tendrá la llave de la gobernación en Castilla-León y quien sabe incluso si impondrá a Mañueco como condición inexcusable para facilitarle la reelección su presencia en el ejecutivo, algo que, sin duda, pone de los nervios a Pablo Casado, ya que le revienta su estrategia electoral en unas futuras elecciones españolas e irritará a personalidades de la formación azul como el gallego Alberto Núñez Feijóo o incluso el andaluz Juanma Moreno, quien también aspira a adelantar sus comicios y celebrar elecciones alrededor del verano. En cambio, será del agrado de la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, la única dirigente popular capaz de neutralizar y absorber a Vox, como demostró el pasado mes de mayo, y, obviamente, de José María Aznar.
Aunque no eran unas elecciones fáciles para el PSOE, su pobre resultado es inapelable: la izquierda pasa de 37 parlamentarios a 29 en un parlamento de 81 procuradores. Los socialistas retroceden, de 35 a 28, siete escaños que sirven en buena manera para nutrir las formaciones de la España vaciada que, con diferentes siglas, obtiene representación en Soria por primera vez (3 diputados y primera fuerza política con el 41% de los sufragios), León (3 asientos, triplica) y Ávila (donde mantiene uno). A los socialistas solo les consuela que el alza de Vox le servirá para alertar en el conjunto del Estado sobre el riesgo, real, de que la formación de ultraderecha sirva de trampolín a los populares para conquistar la Moncloa en las próximas elecciones españolas. Un rédito demasiado pobre y que confirma, en parte, que el PSOE pierde fuelle aunque no con la intensidad que pretenden hacer ver las continuadas encuestas de los medios de la derecha.
Mención aparte merece el canto del cisne de Ciudadanos, que pasa de 12 parlamentarios a tan solo uno por la circunscripción de Valladolid. La formación naranja confirma que es un holograma plano y que solo la inercia que aún conserva del pasado le hace retener unas decenas de miles de votos, sin llegar al 5% en el conjunto de la comunidad. Todo ello, la misma semana que se ha sabido que el despacho Martínez-Echevarría ha prescindido de Albert Rivera por gandul. Ciudadanos, Rivera, Arrimadas y toda la corte naranja empiezan a desaparecer de la vida pública, algo que sin duda es una buena noticia. De hecho, la careta de que era una formación liberal ha caído abruptamente.