¿Pueden ser unas elecciones catalanas más importantes para los partidos españolistas que para los partidos independentistas? Estoy seguro que no es así y que los resultados del 14 de febrero por la noche me darán la razón. Pero mientras llega ese día, para el que faltan algo más de dos semanas, los partidos con sede central en Madrid se han puesto las pilas con el mismo ímpetu que en 2017, cuando, a lomos del 155 y de la suspensión de la autonomía pensaron que sería un camino de rosas desplazar a un independentismo desprovisto de medios económicos, apoyo de grupos de comunicación multimedia y descabezado por la persecución de líderes independentistas, con el Govern de la época repartido entre el exilio y la prisión. Entonces fueron Mariano Rajoy, Pedro Sánchez y Albert Rivera los encargados de acordar el nivel de represión y jugar un partido con ventaja que solo pudo ser revertido con una movilización sin precedentes de la sociedad catalana en las urnas. Pero es obvio que el deep state no ha cambiado su objetivo y que algo más de tres años después sigue persiguiendo lo mismo.
De aquel 2017 solo queda en la primera línea política española Pedro Sánchez, Rajoy ha dejado su sitio a Pablo Casado y Rivera a Arrimadas. De la importancia que se concede en Madrid a estos comicios da ejemplo el hecho de que este jueves por la noche, Sánchez, Casado y Arrimadas estarán en Barcelona en lo que antes era la tradicional pegada de carteles y que ahora ha cambiado de formato para transformarse en mítines online, que acaban teniendo un resultado parecido, ya que la televisión, los medios digitales, las radios y las redes sociales han emergido como los verdaderos actores mediáticos en una campaña en plena pandemia. Llegarán los tres con la lección bien aprendida y, sobre todo, dispuestos a movilizar a los suyos ya que, en el fondo, aparte de gestión, que solo la puede presentar Sánchez y más vale que la esconda ya que es absolutamente nefasta, Casado tiene una formación política que no despega y Arrimadas va a ser la gran damnificada electoral ya que nadie perderá el día 14 tanto como Ciudadanos.
No se harán, como en el pasado, fotos conjuntas, ya que ocupar la Moncloa y presidir un gobierno que se autodefine como el más de izquierdas de la historia de España, casa mal con celebraciones públicas con tus aliados del 155. ¿Pero acaso no volverían a hacer lo que hicieron? ¿Alguno de los tres ha considerado un error suspender la autonomía, provocar el encarcelamiento o el exilio del Govern o generar la mayor represión de la historia reciente de Catalunya? Estamos muy lejos de que puedan dar este paso. Han provocado la tensión infinita de la vida política en Catalunya, la han asfixiado económicamente y han inhabilitado un nuevo president de la Generalitat, en este caso por colgar una pancarta, para provocar el colapso de la legislatura. Y ahora consideran que el momento de recoger el fruto de lo sembrado, hablar de reconciliación, subastar unos indultos que el pasado otoño ofrecieron cumplir a principios de este año y aspirar a que la gente vote olvidando el pasado reciente.
Ese va a ser el verdadero pulso de estas próximas elecciones: ganar el relato de la campaña. Situar el frame que movilice a un mayor número de electores en unos comicios que se presumen muy abstencionistas aunque solo sea por repasar algunos de los países en los que ha habido recientemente elecciones. El último caso, el pasado domingo en las presidenciales portuguesas donde la participación fue de alrededor del 36%. Aunque el coronavirus lo distorsiona todo y cuesta más que nunca hacer análisis, nunca el catalanismo ha dejado de movilizarse en mayor número en unas elecciones catalanas que los partidos dependientes de Madrid. Esto es un histórico desde las primeras autonómicas de 1980. Y de eso ha llovido mucho pero las dinámicas no se han modificado nunca. Y menos cuando el electorado ha percibido una agresión del gobierno central o de los partidos estatales tan grande como la actual.