Después de una era de enormes turbulencias políticas y de cinco primeros ministros conservadores, 14 años después de que el socialdemócrata Gordon Brown abandonara el 10 de Downing Street, el Partido Laborista vuelve a tomar las riendas del Reino Unido. Y lo hace, además, de una manera avasalladora frente a los tories, a los que han arrasado en las elecciones de este jueves, que han dejado una Cámara de los Comunes con una mayoría de 412 escaños de los 650 parlamentarios que se escogían. El nuevo primer ministro, Keir Starmer, de un perfil centrista y hasta la fecha falto de carisma, ha recogido el profundo malestar de una situación económica en retroceso, consecuencia en buena medida del Brexit y la salida de la Unión Europea.
El Partido Conservador tendrá que hacer muy bien sus deberes si no quiere pasar una larga etapa fuera del poder. Sus tres últimos primeros ministros en lo que llevamos de la presente década —Boris Johnson, Liz Truss y Rishi Sunak— han sido una frustración tras otra. Además, las escisiones, crisis internas, peleas por el poder y desorientación política han sido un lastre insuperable. El referéndum de junio de 2016 para la salida de la Unión Europea, con el debate de fondo de la soberanía del Reino Unido, acabaría siendo letal para los conservadores y sobre todo para el país.
Aunque la victoria de los partidarios de abandonar la UE fue muy ajustada —51,9% frente al 48,1%—, la decisión se acabó aplicando en todo el Reino Unido, aunque Escocia e Irlanda del Norte votaron a favor de la permanencia. La fragilidad de la economía ha acabado afectando a temas tan sensibles como la sanidad o la educación, el debate sobre la inmigración y el control de las fronteras ha tenido una virulencia exagerada, fruto, en parte, de lo que supone el control de la soberanía total y el retroceso del flujo de personas con dirección al Reino Unido ha acabado teniendo un impacto negativo diverso, desde falta de profesionales en áreas de la salud hasta el intercambio de jóvenes universitarios.
El independentismo escocés va a tener que seguir una reflexión similar al catalán y viajar lo más pronto posible hasta el rincón de pensar
La victoria laborista ha tenido un impacto decisivo en el resultado que se ha producido en Escocia, donde el Partido Nacionalista Escocés, que contaba con 48 diputados de los 57 escaños escoceses, se ha quedado solo con ocho, y de ser claramente el tercer grupo parlamentario en la Cámara de los Comunes, ha pasado a ser un colectivo insignificante. El independentismo escocés va a tener que seguir una reflexión similar al catalán y viajar lo más pronto posible hasta el rincón de pensar, ya que, igual que el catalán, después de una década gloriosa en que ambos se miraban como el reflejo de una sociedad que se expresaba muy contundentemente en las urnas, ha dejado de ser la opción ganadora.