Cuando muchas veces se habla del problema del catalán, de su uso y su estatus, también hay que buscarlos en el interior de Catalunya. No se es suficientemente consciente de que el problema se origina en casa. Son los propios catalanes los que hacen dejación y no le conceden a la lengua propia del país el rango que se merece. Hay un refrán anglosajón que dice que el diablo está en los detalles, que viene a querer decir que son las pequeñas cosas que a primera vista parecen anecdóticas las que acaban siendo importantes. Y estoy muy de acuerdo en que muchas veces es así y por un gesto, por un detalle, se acaba conociendo muy bien a las personas.
Viene esto a cuenta, en parte, a la noticia que hemos conocido este lunes y que pese a datar del sábado 7 de octubre es plenamente vigente. Aquel día, el papa Francisco tenía que bendecir la imagen de la Moreneta que se venera en la catedral de Girona durante la audiencia a los participantes en el peregrinaje a Roma de la cofradía de la Virgen de Montserrat, con motivo de los 800 años de su fundación. Pues bien, cuando Francisco tuvo el texto en sus manos, observó que no estaba en catalán sino en castellano. Y preguntó: "¿No tiene que ser en catalán?". La respuesta del cardenal Joan Josep Omella fue un claro "no" y el Papa procedió a la lectura de Dios de la ternura en castellano. ¿Cómo puede ser que sea el papa Francisco el que se sorprenda que la bendición no sea en catalán y sea el arzobispo de Barcelona el que ya le esté bien que sea en castellano?
No hemos ido en eso, como en muchas otras cosas, hacia adelante, sino hacia atrás. Algunos de sus predecesores en la archidiócesis, no solo Narcís Jubany, que fue arzobispo de Barcelona durante 18 años en los años setenta, hubiera tenido un comportamiento diferente. Destacaba por su sencillez y austeridad, pero también por su idea de una Iglesia más democrática. En un momento nada fácil, el 1 de enero de 1977, en la homilía de la Jornada Mundial por la Paz, se sumó a la petición de amnistía de aquel momento, señalando que era un deseo que él compartía. Más tarde, aunque el perfil no era el de Jubany, Ricard Maria Carles hubiera estado también a la altura y un detalle así no se le habría pasado. Y el antecesor a Omella, el cardenal Lluís Martínez i Sistarch, un catalanista moderado, no hubiera dejado pasar la ocasión de darle la importancia que se merece el catalán.
Está muy bien que el catalán se hable en el Congreso de los Diputados y es un salto histórico que se haya pedido que sea lengua oficial en las instituciones europeas y que finalmente se consiga. Pero los representantes del país, en el ámbito que sea, tienen que darle al catalán la importancia y el significado que tiene. No es una lengua escolar, ni tampoco subsidiaria del castellano. Tanto es así que el propio papa Francisco se extraña de que la bendición no sea en catalán. Pocas veces le debe suceder una situación como esta. Cuando desde Catalunya se reivindican obispos catalanes —Omella es natural de Cretas, en la provincia de Teruel— es para que tengan una mayor sensibilidad a todo lo que es la identidad, la lengua y la cultura catalana. Omella puso su cargo a disposición del Papa en abril de 2021, cuando cumplió 75 años. Su relevo está abierto y Barcelona siempre es una plaza compleja que desde Madrid se pretende tutelar. Y más, seguramente, en la situación política actual.