La elección de Lluís Llach este sábado como nuevo presidente de la Assemblea Nacional Catalana, después de un sinfín de turbulencias que bloquearon su elección la pasada semana, pone punto y final a una etapa convulsa de la entidad y supone la entrada de aire nuevo en una organización que, sin duda, lo necesitaba. La ANC retorna con el cantautor a sus orígenes fundacionales, que tenían por objeto presionar a los partidos independentistas y no sustituirlos, como se ha intentado estos últimos tiempos. Aunque un nombre, ni tan siquiera un equipo, es garantía absoluta de nada, es obvio que los mimbres para un período diferente, que supere la división y la fractura, se han puesto. También, que la experiencia de Llach y su cabezonería —cualquier otro con su prestigio ya lo habría dejado— en la búsqueda de consensos es un activo fundamental en estos momentos.
Poco se debía esperar Lluís Llach en otoño de 2015, cuando aceptó encabezar las listas de la candidatura de Junts pel Sí por Girona, que aquel compromiso puntual y sobrevenido le llevaría, casi una década después, a presentarse y ganar las elecciones a la ANC. Él, como la fallecida Muriel Casals o los también diputados de aquella legislatura que fueron cabezas de lista por Tarragona —el economista Germà Bel— o Lleida —Josep Maria Forné—, hicieron una contribución a un momento puntual de unidad del independentismo. De la misma manera que Pep Guardiola aceptaría cerrar la lista por Barcelona junto a todos los expresidents del Parlament de Catalunya hasta aquel momento.
La ANC retorna con el cantautor a sus orígenes fundacionales, que tenían por objeto presionar a los partidos independentistas y no sustituirlos
Lo cierto es que Llach, lejos de irse alejando de aquel compromiso inicial que finalizó súbitamente con la aplicación del 155 y la supresión del Govern y el Parlament, ha ido aceptando responsabilidades, primero como presidente del consejo asesor para el impulso del foro cívico y social para el debate constituyente, después como miembro del Govern del Consell de la República y ahora presidente de la ANC. El primer mensaje de Llach ya da idea de hacia donde piensa orientar su presidencia: rechazo a la amnistía si no es para todo el mundo, nuevas tácticas a la hora de practicar la desobediencia civil, una mayor participación de los socios de la entidad haciéndola menos piramidal y una organización más colegiada que presidencialista.
La reacción de las entidades soberanistas, felicitándose de la elección de Llach, permite también esperar una mayor colaboración con todas ellas, desde Òmnium Cultural a la Associació de Municipis per la Independència o el Consell de la República. Los últimos tiempos, la fractura de la ANC con todas ellas era evidente, sobre todo tras los intentos, que fueron abortados por los socios, de impulsar una candidatura en las últimas elecciones catalanas. El cambio de rumbo ya se notará, seguramente, en un mayor refuerzo de los instrumentos unitarios, que —igual que funcionaban antaño— es necesario que vuelvan a ser engrasados.