Desde que se celebró la segunda vuelta de las elecciones legislativas francesas, el pasado 7 de julio, el país galo vive una situación desconocida, con un primer ministro en funciones que ya supera los 40 días en esta condición. Primero fue la sorpresa del resultado que, contra todo pronóstico, desplazó a la que aparentemente aparecía como ganadora —la Agrupación Nacional de Marine Le Pen— a la tercera posición. Ese resultado frustrante para la ultraderecha no catapultó a la formación del presidente Macron a la victoria, ya que se tuvo que conformar con la segunda posición, sino al Nuevo Frente Popular, un conglomerado de izquierdas en el que conviven desde socialistas, comunistas, verdes y la Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon.

La inmediatez de los Juegos Olímpicos de París, que se inauguraban el 26 de julio, permitió a Macron una jugada perfecta: todo se aplazaba hasta su clausura, el pasado 11 de agosto. Pero los deportistas abandonaron ya la capital francesa hace una semana y el telón de las olimpiadas se bajó y aún no ha habido ningún acuerdo. Sin embargo, en las últimas horas se han producido dos hechos relevantes. El primero, el pasado viernes, el Eliseo comunicó que Emmanuel Macron celebraría el próximo 23 de agosto una ronda de consultas con los partidos para tratar de armar una nueva mayoría que le permita elegir un primer ministro.

Francia vive una situación desconocida, con un primer ministro en funciones que ya supera los 40 días en esta condición

Y este domingo Mélenchon ha publicado un duro artículo contra Macron en La Tribune en el que directamente lo amenaza con un impeachment si no designa como primera ministra a la economista Lucie Castets, una alta funcionaria que trabaja como directora de Finanzas en el Ayuntamiento de París, de 37 años, y una férrea defensora de los servicios públicos. Macron ha vetado el nombramiento de Castets que cuenta con el apoyo de todos los partidos del Nuevo Frente Popular. No así el impeachment, que es una iniciativa exclusiva de la Francia Insumisa. El argumento de Macron es complejo, pero sólido: ningún espacio político obtuvo la mayoría absoluta el pasado 7 de julio y, por tanto, hay que llegar a acuerdos más amplios. Una sutil manera de decir que el nuevo primer ministro tiene que estar más escorado al centro que a la izquierda.

En esta tesitura, Macron tiene triunfos para arrimar el ascua a su sardina, pero también tiene muchos números de que Mélenchon no de su brazo a torcer una vez ha apelado al artículo 68 de la Constitución, que contempla la posibilidad de destituir al presidente por incumplir su deber. Acusan a Macron de un golpe institucional contra la democracia y anuncian que no se someterán a sus ardides contra la regla básica de la democracia. Mélenchon está solo en esta cruzada, pero sus votos son necesarios para una alianza de gobierno y el equilibrio no parece fácil, por más que el presidente francés se haya erigido en un consumado jugador de póquer cuando se trata de hacer cabriolas para tumbar a sus adversarios. Y si no que se lo pregunte a Marine Le Pen, aún no recuperada de su debacle electoral —al menos, según los sondeos— del pasado julio.