Muchas felicidades para los propietarios de las estaciones de esquí, nacionales y extranjeras, para las compañías aéreas, para el sector hotelero en general y para los establecimientos de todo tipo en municipios de zonas de alta montaña, porque con los datos preliminares que se han dado a conocer, y que aún no son definitivos, el macropuente de diciembre, entre el sábado 3 y el domingo 11, ha sido todo un éxito. Las carreteras repletas de vehículos del viernes 2 y de este mismo domingo así lo certifican.
Pero estaremos de acuerdo que, más allá de los que han hecho su agosto fuera de temporada e incluso de los que hemos salido más o menos beneficiados, ya que hemos hecho algún día de fiesta entre semana, la coincidencia de dos festivos —la Constitución y la Inmaculada Concepción— en una misma semana, a pocos días de las vacaciones de Navidad, es un acto de frivolidad impropio de un país serio.
Y así llevamos desde 1983 —aunque la Constitución se aprobó en 1978, no fue hasta cinco años más tarde, con Felipe González en el gobierno, que se declaró festivo el 6 de diciembre— o sea, 39 años. En este tiempo, tan solo en una ocasión Mariano Rajoy trató de alterar la situación heredada e intentó que el 8 de diciembre fuera laborable. Solo los empresarios se alinearon con él y tanto los sindicatos como la iglesia enseñaron mínimamente las uñas, pero fue suficiente para que diera un paso atrás. Rajoy, tan poco amante de meterse en jardines repletos de espinas, entendió rápidamente que en eso tampoco merecía la pena alterar la situación que había heredado de Felipe, Aznar y Zapatero y que si a todos les había venido bien, pues ya estaba bien. A la postre, nadie se lo iba a agradecer.
Después de Rajoy hay que dejar constancia de que Pedro Sánchez tampoco ni lo ha intentado. ¿Cómo puede ser que una circunstancia tan anómala, que es enormemente perjudicial para España y que ofrece tan mala imagen en el exterior no se haya corregido? Pues bien sencillo: nadie se arriesga a perder votos y en este asunto el político ha detectado que tiene más a perder que a ganar y, por tanto, lo mejor es ponerse de perfil.
Habría soluciones, claro está. Como seguir el camino de países como Estados Unidos, que desplazan a lunes o viernes festivos que, por su propia naturaleza, pueden ser movibles. Más allá de que la festividad de la Inmaculada, pese a la tradición católica española, tiene muy pocos argumentos para seguir siendo considerada festivo. Pero mucho me temo que la situación actual de los macropuentes o los acueductos seguirá siendo así durante mucho tiempo. Aunque sea un disparate absoluto.