No llevamos ni una semana desde las elecciones españolas celebradas el pasado domingo que Madrid ya se ha perdido en el laberinto Puigdemont. Nadie de Junts per Catalunya habla, porque nada saben de lo que se está cociendo; el presidente de Esquerra, Oriol Junqueras, también ha reducido su presencia mediática; el PNV, por boca de su presidente, Andoni Ortuzar, esboza la necesidad de un encaje nacional de Euskadi y Catalunya por parte de Pedro Sánchez; y, mientras tanto, el presidente del gobierno español se ha ido de vacaciones a Lanzarote, donde, supongo, confía hacer acopio de fuerzas para desdecirse de algunas cosas que ha dicho de Puigdemont y abrir conversaciones con Waterloo.
La mesa está parada en la Avenue de l'Avocat, 34, algo que tampoco debería ser una sorpresa, ya que en febrero de 2019 también le ofreció esta posibilidad a Inés Arrimadas para realizar lo que él mismo definió como una entrevista cordial. No fue nunca, Arrimadas, que en aquella época aún estaba al frente de la oposición parlamentaria en Catalunya. Y ya no irá nunca, porque lo que haga hoy no interesa a nadie, una vez ha quemado todas sus naves, dejando detrás de ella solo crispación. La política tiene sus oportunidades y quien va a Sevilla pierde su silla. El camino ya lo saben, si son los mismos que en el pasado, cuando actuaron como enviados de la Moncloa para conocer si le interesaban soluciones personales y no recibieron más que calabazas. Si son otros, también lo encontrarán.
Que Sánchez se haya ido de vacaciones quiere decir, al menos, dos cosas, que nada va a ir deprisa y que cree que en la partida solo está el PSOE. Lo primero seguro que es así. Lo segundo, en política ya hemos visto tantas cosas que nunca hay que descartar nada al 100%. En tiempos en que las cosas iban mucho más deprisa, la investidura de José María Aznar en 1996 se produjo más de dos meses después de las elecciones y ya hemos visto después dos repeticiones electorales, en 2015 y 2018, por falta de apoyo a un candidato a la presidencia del Gobierno. Sánchez descarta en público esta repetición electoral y dice que con Junts se va a entender. No es imposible, claro está, pero no es el presidente del Gobierno el único que está optimista ante una tesitura que, si algo es seguro, no se va a parecer a ninguna otra investidura: ni la moción de censura que ganó, ni la investidura que logró con el apoyo de Esquerra.
El tiempo, además, es necesario para la desinflamación ambiental en una negociación. Y lamento volver a la investidura de Aznar: en 1996 hicieron falta muchas semanas para que aquel "Pujol, enano, habla castellano" que se coreaba en la calle Génova diera paso a una declaración tan poco sutil como que el futuro presidente hablaba catalán en la intimidad. Pues ahora hay que pasar de la declaración que hizo el pasado 6 de julio en la que, bravucón, dijo que la palabra de Puigdemont vale lo que su declaración de independencia y que el expresident formaba parte del pasado y que ahora era una anécdota. Hombre, no fue su mejor elogio a su futuro negociador, ni su mejor vaticinio. Encontraríamos más, incluso más crueles y, sobre todo, aquellas que han querido deshumanizarle, utilizando para ello también medios de comunicación sin escrúpulos.
Vamos a ver si hay algún movimiento de peso de cara a la constitución de la Mesa del Congreso el 17 de agosto. Será un primer tanteo. Se habla de facilitar la constitución de los grupos parlamentarios a los partidos independentistas, que no les toca por el resultado. Supongo que es una broma o que alguien se ha pensado que la negociación va a ser tan barata: eso ya se da por descontado si quieren que su interlocutor no se levante de la mesa antes de empezar a hablar. El cambio real sería, en todo caso, que la presidencia del Congreso no recayera en PP o PSOE. Todo lo demás es casi irrelevante.