No suele ser habitual que se celebren manifestaciones contra el Tribunal Constitucional y sus sentencias como la que este domingo ha tenido lugar en el centro de Barcelona. Y, tampoco, que detrás de su convocatoria estén alrededor de 60 entidades sociales de corte diverso, soberanistas y no soberanistas, sindicatos y partidos políticos, con excepción de PP y C's. Es verdad que la marcha había sido convocada bajo el lema "los derechos sociales no se suspenden" y que incluso hubo quien quiso defender que iba contra el Gobierno del PP, por los continuos recursos del ejecutivo de Mariano Rajoy ante el TC. Pero la marcha era, todos lo sabían, contra el Alto Tribunal, considerado por los convocantes como la tercera cámara y la definitiva a la hora de suspender leyes aprobadas por el Parlament, como la de los desahucios o la de la pobreza energética.
Aunque la manifestación fue más bien discreta en número de asistentes -las cifras van de las 60.000 personas, la cifra de los organizadores, a los 8.000 que cuenta la Guàrdia Urbana- sí fue simbólica en cuanto a sus representantes. Desde CC.OO, UGT, la ANC y Òmnium hasta CDC, PSC, ERC i En Comú Podem. Desde miembros del gobierno catalán hasta los secretarios generales de los dos principales sindicatos y el primer secretario del PSC, Miquel Iceta. Conseguir reunir un conglomerado de ideologías tan amplio en defensa de la soberanía de la cámara catalana y de leyes aprobadas por el Parlament no es una cuestión baladí. Seguro que insuficiente para unos, pero tampoco insignificante.
Aunque estamos en campaña electoral, la manifestación pone de relieve que se puede hacer política desde la calle como una manera de apretar a los representantes públicos en las instituciones. Porque este es el juego de la democracia: resolver en los parlamentos lo que es una necesidad a nivel de calle. En un mapa político tan convulso como el catalán, donde cualquier acuerdo acaba pareciendo una odisea y donde la CUP ha conseguido convertirse en el actor central siendo la formación política más pequeña en el Parlament, la manifestación de Urquinaona fue incluso una bocanada de aire fresco. Aunque no hubiera ni policías ni manifestantes violentos.