La multa de 277.000 euros impuesta por el Tribunal de Cuentas a Manuel Valls por financiación irregular de su campaña electoral en las municipales de 2019 supone el último episodio conocido de lo que fue una auténtica operación de estado, llevada a cabo por el establishment local, para impedir que el independentismo alcanzara la alcaldía de Barcelona. El Upper Diagonal se movió con destreza y con cartera, primero para inyectar recursos a Valls que le permitieran al unionismo llegar en condiciones de batir al independentismo, y después forzando una coalición que ha dado a Ada Colau cuatro años más como alcaldesa, demasiados en el indiscutible retroceso que hoy padece la ciudad.
Valls hizo el trabajo que se le encomendó y hoy sigue desde París, ciudad a la que ha retornado tras su fracaso político, quizás el desastre provocado en Barcelona. La mejor noticia quizás sea saber que, cuando regresó, los franceses le negaron el escaño a la Asamblea Nacional y hoy languidece a la espera de nuevas oportunidades. De aquella experiencia en los despachos se arrepienten en buena medida incluso sus promotores, que no midieron las consecuencias que tenía desplazar al independentismo de la alcaldía si la alternativa era cuatro años más de Colau, y optaron por sacrificar Barcelona y preservar la unidad de España.
Curiosa paradoja: desde 2019 han estado activos en contra del gobierno de la ciudad, queriendo borrar para la historia su descomunal error político, como lo habían estado antes de las elecciones de hace cuatro años. Pero en política los errores también se pagan y hoy Barcelona ha perdido buena parte del impulso que arrastraba y solo la inercia de su historia, su invariable posición como una de las ciudades de moda, y su dimensión inherente de gran metrópoli le permite mantenerse a flote.
Porque una de las equivocaciones más habituales en Barcelona en los últimos años ha sido tratar de incorporar actores políticos que se prestaran a hacer de hombres de paja en los momentos decisivos. Por eso Valls pudo abandonar Barcelona sin castigo alguno. Ese afán acaba favoreciendo a grupos políticos o candidatos que en condiciones normales o no se presentarían, o lo tendrían más difícil. Estará bien que el Upper Diagonal haya aprendido alguna lección del pasado y se deje de inventos en las municipales del próximo mes de mayo. Porque después de ocho años en el tobogán, Barcelona necesita un nuevo horizonte, muy alejado de lo que han supuesto estos dos mandatos.