Cuarenta días después, Pedro Sánchez nos ha enviado una nueva carta por X explicándonos cómo está, los problemas que tiene, que se encuentra más fuerte y convencido que nunca y que el juez que investiga a su mujer y que la ha citado a declarar el 5 de julio a las 10 de la mañana por la presunta comisión de los delitos de corrupción en el sector privado y tráfico de influencias debe tener algún interés en desvirtuar el resultado de las elecciones europeas del próximo domingo. Ya lo podemos decir: en la época de los mensajes cortos y directos, Sánchez ha iniciado la recuperación del género epistolar como un arma electoral mortífera. Lo hizo por primera vez el pasado 25 de abril, en el inicio de la campaña electoral catalana, cuando nos explicó que estaba muy enamorado, que su mujer padecía un acoso judicial y que se retiraba cinco días a meditar si valía la pena continuar en el cargo del presidente de Gobierno.
Aquella dimisión fake, que provocó un impacto emocional importante en el electorado catalán, fue una jugada novedosa e importante en el tablero político catalán. Durante cinco días, un no candidato hizo que toda la campaña girara a su alrededor, movilizara a células de votantes durmientes del cinturón de Barcelona y Tarragona muy poco atraídas a participar en unas elecciones catalanas y llevara a sus simpatizantes a las urnas como si se tratara, en parte, de unas españolas. Fue brillante y exitoso, y nunca sabremos cuántos de los 42 diputados del PSC los consiguió con su sobreactuación. Ahora, a cinco días de las elecciones europeas, repite el movimiento y contraprograma la citación judicial con un nuevo relato, otra nueva carta, con la que, cuando menos, equilibra el debate: ¿qué es más importante, la citación judicial a Begoña Gómez o el acoso de la derecha y de la ultraderecha que padece del que nos habla Sánchez? ¿Tendrá la misma importancia, el mismo recorrido y la misma movilización de los suyos con la segunda carta que con la primera?
Pedro Sánchez convierte la situación judicial de su mujer en un melodrama público, olvidando que preside la quinta economía de la Unión Europea por volumen de PIB y la número quince entre las economías mundiales
Pero esa no es la única cuestión. Pedro Sánchez tiene todo el derecho a defenderse. Solo faltaría. Y a defender a su mujer y a su familia si se siente agredido, maltratado o injustamente vejado. No tiene más derechos que cualquier ciudadano, pero tampoco menos. Otra cosa muy diferente es convertir la situación judicial de su mujer en un melodrama público, con ribetes de telenovela de Latinoamérica, olvidando que preside la quinta economía de la Unión Europea por volumen de PIB y la número quince entre las economías mundiales. Eso por sí solo ya obliga a alguna cosa. A no situarnos en una posición cercana al ridículo. Ya sé que nunca como ahora la política fue tan espectáculo, por parte de unos y de otros. Y que lo que antaño era extravagante ahora forma parte del día a día de la vida pública.
Dice Sánchez en su carta: "Begoña y yo sabemos por qué la atacan. Ninguno de los dos somos ingenuos. Lo hacen porque es mi pareja. Ella es una mujer trabajadora y honesta que reivindica su derecho a trabajar sin renunciar a ello por las responsabilidades de su marido. Derecho que yo defiendo en mi vida familiar y por el que trabajo como presidente del gobierno de España para garantizar que hombres y mujeres tengamos las mismas oportunidades y los mismos derechos". Y previene de lo que se publicará estos días: "Todo mentira. Un gran bulo. Uno más. En lo que a mí respecta, no le quepa duda de que no me quebrarán". Esta vez, los cinco días de reflexión sobre su futuro no serán necesarios. Por cierto, al final nos dice que agotará la legislatura de cuatro años y de la que lleva uno solo. Veremos si es verdad.