"Som el país de Dalí i Prat de la Riba, sorprenents i constructors". Este tuit de Muriel Casals del pasado 10 de enero por la mañana, en el ínterin que iba entre la renuncia de Artur Mas a su investidura y la elección de Carles Puigedmont como nuevo president de la Generalitat, recoge los que sin duda han sido también dos de sus valores más remarcables: la capacidad para no rendirse nunca y conseguir objetivos sorprendentes y la necesidad, que acababa siendo una obsesión, por tejer permanentemente complicidades.
Aunque fue economista y política, su biografía y su popularidad no se entienden sin su paso por la presidencia de Òmnium Cultural, que la acabó convirtiendo en una activista clave en el proceso soberanista de Catalunya. Aunque ha pasado como una de las organizadoras de las grandes movilizaciones de Catalunya entre 2012 y 2015, su bautizo de fuego fue en julio de 2010 cuando Òmnium sacó a la calle un millón de personas contra la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut. Casals, que había militado en el PSUC, aglutinó en contra del TC a los soberanistas y a la izquierda, incluido el PSC, que entonces gobernaba Catalunya. Que la primera fila contra el TC estuviera encabezada por el president José Montilla acabaría siendo el canto del cisne de los socialistas catalanes.
Fue la primera –y única– presidenta de Òmnium y con su voz siempre pausada se hizo primero escuchar, más tarde respetar y finalmente querer. Con el president Mas, el político con que mejor se entendió desde una gran distancia ideológica, trazó la arquitectura de la candidatura de Junts pel Sí. Un puente menos robusto de lo que parecía sobre el que intentó transitar electoralmente el soberanismo en las elecciones de pasado 27 de septiembre. Puentes de nuevo. Y así hasta que un ciclista la atropelló, justo cuando acababa de ser nombrada presidenta de la Comisió d'Estudi del Procés Constituent, en el Parlament. Un puente que otro deberá acabar por ella.