Mucho se ha hablado estos días sobre si había sido un acierto o no la decisión del primer secretario del PSC y ganador de las elecciones del pasado 12 de mayo, Salvador Illa, de reclamar su derecho a optar a la investidura como president de la Generalitat en el pleno del Parlament del próximo 26 de junio. Illa ha renunciado a este privilegio y, en consecuencia, el president del Parlament, Josep Rull, convocará un pleno sin candidato que servirá, a efectos legales, como un acto equivalente a una investidura fallida y se activará el reloj que conduce inexorablemente a la repetición de las elecciones en octubre si ningún candidato es investido. La fórmula del acto equivalente tiene un precedente, cuando el entonces presidente de la cámara Roger Torrent activó la cuenta atrás para unas elecciones cuando el president Quim Torra fue inhabilitado por la condena por desobediencia al negarse a retirar una pancarta de la fachada del Palau de la Generalitat.

La decisión de Illa es comprensible, pero no necesariamente acertada. Es evidente, porque los números no le dan y tan solo tiene en el zurrón 48 parlamentarios (los 42 del PSC y los 6 de los comunes) de los 135 de la cámara. Es, por tanto, bastante obvio que su candidatura no hubiera salido. Pero, dicho esto, hubiera reivindicado su victoria como una expresión de la voluntad de un cambio político y hubiera evitado cualquier comparación con la líder de Ciudadanos, Inés Arrimadas, que ganando las elecciones nunca presentó su candidatura en el Parlament. Dice el aspirante socialista que tiene la voluntad de explorar acuerdos con ERC y los comunes y, cuando tenga sus votos atados, concurrir a la investidura. Pero esta estrategia tiene un punto débil: ¿qué pasa si Esquerra, finalmente, no le vota y, en consecuencia, no puede presentar Illa ni su candidatura, ni su programa?

Es cierto que el 26 no hubiera salido, pero, al final, acaba dejando en manos de Esquerra no solo su presidencia —cosa que la aritmética obtenida obliga a ello—, sino también un borrón en el camino si hay nuevas elecciones, porque se hace evidente que solo hay president en Catalunya cuando la mayoría parlamentaria es independentista. Pero hay un factor más que puede hacer pensar que Illa puede haber dejado pasar su oportunidad y es la manera como Esquerra ha escalado su reivindicación de la financiación autonómica. Si el pasado sábado fue Marta Rovira quien en el consejo nacional de Esquerra planteó que el concierto económico como el que tienen el País Vasco y Navarra es "el mínimo exigible" a Pedro Sánchez para la investidura de Illa, este miércoles el president en funciones, Pere Aragonès, aseguraba en la presentación del Informe Anual de la Economía Catalana del 2023 lo siguiente: "Que nadie se equivoque con la financiación, queremos un concierto como el vasco".

Se hace evidente que solo hay president en Catalunya cuando la mayoría parlamentaria es independentista

El punto de acuerdo entre Esquerra y el PSC, que permitía la fórmula ambigua de financiación singular para Catalunya, ha saltado por los aires y ha ido directamente al retrete. No sé ver cómo Pedro Sánchez puede aceptar el concierto económico para Catalunya, ya que la rebelión de los suyos le reventaría las costuras del partido. Es cierto que también se opuso a la amnistía hasta que no tuvo más margen y no le quedó más remedio que tragar con ella, porque, si no, perdía su cargo de presidente del gobierno. Y dio su brazo a torcer. Dicho eso, el concierto es infinitamente más difícil que la amnistía, ya que aquí sí que hay perjudicados directos, que no dejan de ser otras comunidades autónomas que verían como de perjudicial es para ellas lo que es justo para Catalunya. Ya se ha visto que, incluso en su mayoría parlamentaria en Madrid, han salido formaciones como Compromís o la Chunta Aragonesista amenazándole con retirarle el apoyo.

Queriendo o no por parte de Esquerra, si no tiene el concierto económico, rebobinar sus exigencias no va a ser fácil. Puede ser, incluso, imposible, ya que después va la votación de las bases del partido. Aparentemente, la repetición de las elecciones cada vez parece el único final posible.