La verdad es que, puesto a ser lo más claro posible, me siento enormemente cómodo con las reivindicaciones de los payeses. Las suscribo porque, aunque estos días estén abriendo los informativos, no tienen quien les escuche. El campo es el último de los problemas de las administraciones y son tratados como ciudadanos de segunda. Sus votos valen menos, ya que habitan por lo general las poblaciones con menos ocupación del país. Es la crisis más antigua de las que se han producido en los últimos 50 años y en la que menos recursos económicos se han invertido. Queremos que el país siga teniendo el equilibrio del siglo XX y no se hace nada para propiciar la transición de las explotaciones de padres a hijos. He visto llorar a padres porque nadie iba a seguir cultivando la propiedad y con un cierto desdén se le decía que las ayudas para poder hacer una transición que permitiera un salario razonable no llegaban nunca.
Lo único que no falta a la cita, y cada vez en mayores dosis, es la burocracia. Papeles y más papeles, impresos por todo, dobles y triples copias, horas y horas de trabajo que muchas veces no saben hacer y que irremediablemente han de hacer. Todo esto es muy difícil de entender desde Barcelona. Y aún menos de compartir, de sentirse vinculado a una problemática que muchas veces se desconoce y en otras ocasiones simplemente se ignora. Se vive mejor protestando por el precio que cuestan los productos del campo en el mercado o en las tiendas, el llamado aumento de la cesta de la compra, que intentando saber a cuánto se los han pagado al payés o de dónde llega una determinada producción de naranjas, fresas o cerezas, que, por cierto, ya se venden en el mercado a 18 euros el kilo procedentes de Chile.
Este miércoles, Barcelona se ha visto inundada de tractores que han ocupado las principales arterias de la ciudad, Diagonal, Meridiana y la Gran Via de les Corts Catalanes, confluyendo en estas vías payeses de diferentes zonas del país. Desde la Catalunya Central o Girona hasta tractores provenientes de las Terres de l’Ebre, Tarragona, Penedès, Lleida y del Baix Llobregat. También payeses de l'Alt Urgell y de los dos Pallars sobrepasando a los sindicatos, que se han autoinvitado a un movimiento desde abajo y que ha desbordado los filtros de las movilizaciones siempre correctamente organizadas. Han llevado a Barcelona la protesta para que se les escuche desde las instancias oficiales y el movimiento 7 de febrero, así se denominan, ha llegado hasta el despacho del president de la Generalitat.
Cada vez es más evidente que su mundo se va acabando porque no se hace nada para revertir una dinámica que parece imparable; o se hace poco, porque siempre hay prioridades que pasan por delante
Con el alba, empezarán a regresar a sus casas, porque ellos sí que han perdido un día de trabajo, que tendrán que recuperar con más horas en las próximas jornadas. Seguramente, saben que no pueden esperar milagros y que cuando la marea informativa baje, volverán a desaparecer del mapa. O sea, de las noticias. Pero seguramente, esta protesta, aunque desde Barcelona no se note, es diferente a las anteriores. Cada vez es más evidente que su mundo se va acabando porque no se hace nada para revertir una dinámica que parece imparable. O se hace poco, porque siempre hay prioridades que pasan por delante. En el mundo político de las urgencias de las próximas horas, los payeses quedan a muchos kilómetros. De hecho, lo que queda muy lejos, aunque sea triste decirlo así, es una idea de país que va desapareciendo sepultada por la nostalgia.