Cuando un cargo público juega a esconder durante diez días dónde estaba en las horas en que era el principal responsable de las medidas que se tenían que aplicar ante la inminente llegada de la DANA al País Valencià, solo puede ser por una de estas dos razones: porque no lo puede explicar o porque es un irresponsable. También, porque sean las dos cosas a la vez. Es obvio que Carlos Mazón está políticamente amortizado, se haya dado cuenta o no. Lo sabe todo el mundo y estamos a la espera de que, además, su irresponsabilidad tenga consecuencias penales. El entorno del presidente valenciano ha acabado revelando este viernes, finalmente, en medio de diversos rumores —ninguno de ellos bueno para él—, que aquellas horas en que se le esperaba para adoptar decisiones sobre la emergencia de la DANA y la alerta a los ciudadanos, estaba en uno de los reservados de un afamado restaurante de tres plantas, de nombre El Ventorro, a diez minutos de su despacho oficial, y con fama de ser, según la guía, un restaurante muy acogedor e íntimo, ideal para parejas.

Ahí estuvo Mazón hasta las 18 horas, en un reservado del restaurante que, oficialmente, cerraba a las 17 horas. Su compañía era, según parece, la periodista Maribel Vilaplana, a quien le habría estado ofreciendo la dirección de la televisión autonómica À Punt. Tres breves comentarios. Primero: ¿cómo es posible que nadie de su equipo le avisara de lo que sucedía, teniendo en cuenta que prácticamente estaba al lado de la sede del Govern? ¿O es que no podían interrumpirle? Segundo: ¿es muy normal que en aquella situación esté hasta las 18 horas en un reservado conversando sobre el futuro de la televisión autonómica? ¿Es el presidente del gobierno valenciano el que ofrece el cargo de director de la televisión pública? En tercer lugar: Vilaplana, a quien no conozco ni he oído hablar nunca de ella, puede que sea una gran profesional de muchas cosas, pero, por favor, que no se considere periodista, ya que ha guardado bajo llave durante diez días la noticia que todo el mundo en aquellas tierras hubiera querido dar. Su encuentro con Mazón fue, en todo caso, un cameo.

Mazón fue a una cita privada tan injustificable, que en diez días ni él mismo se ha atrevido a explicar

Mazón no va a tener el perdón que busca de sus conciudadanos, ya que les falló en el momento más importante. En el más trágico y en el que más le necesitaban. Se fue tranquilamente a comer durante cuatro horas y desapareció de su despacho. No fue, ni tan siquiera, a realizar una propuesta profesional. Fue a una cita privada tan injustificable, que en diez días ni él mismo se ha atrevido a explicar. Hay muchas maneras de juzgar a un cargo público y casi siempre hay situaciones que te persiguen toda tu vida. La biografía de Mazón ya no tiene vuelta atrás y siempre quedará la duda de cuantas vidas se hubieran salvado si la reacción de la Generalitat Valenciana hubiera sido mucho más rápida y se hubiera actuado con una celeridad que ni mucho menos existió. Cada hora de retraso en avisar a los vecinos de las poblaciones afectadas, ¿en cuántas vidas perdidas se calcula? Se lanzó el aviso a las 19.30, cuando en algunos municipios los cadáveres ya corrían por las calles. Es fácil hacer un cálculo, ya que Mazón se incorporó a las 18 h al comité de crisis.

Este sábado, la ciudad de Valencia va a tomar el pulso al malestar ciudadano existente. La convocatoria de una primera manifestación de protesta en las calles de la capital servirá como termómetro del enfado de la población con las autoridades. Veremos hasta donde llega y en quien se concentra, después de la experiencia vivida el pasado domingo no solo contra Mazón sino también contra el presidente del gobierno, Pedro Sánchez, y los reyes Felipe VI y Letizia, en una reacción inusual hasta la fecha, ya que afectó directamente a la familia real española. Después se ha querido barnizar la situación que vivieron en Paiporta, la auténtica zona cero de la DANA, y se ha puesto más el acento en que Felipe VI aguantó las protestas, mientras que Sánchez tuvo que ser rescatado por su equipo de seguridad ante el lanzamiento de objetos. Aquella protesta, mucho más espontánea de lo que se nos ha querido hacer creer, era la muestra de la indignación por la falta de atención que recibieron los damnificados. Dudo que ese malestar haya bajado, porque en el lodazal y el fango existente solo sigue habiendo —junto a los destrozos que se han producido— grandes dosis de imprudencia, irresponsabilidad y soberbia de una clase política que ha estado muy lejos de estar a la altura.