Ha tenido que dejar el poder que otorga ser la alcaldesa de Barcelona para que Ada Colau haya emergido como lo que nunca ha dejado de ser: altiva, prepotente y chantajista. Es evidente que nunca hubiera tenido que acceder al cargo en condiciones normales —en 2015, las cloacas del Estado desplazaron a Xavier Trias, y en 2019 Manuel Valls le facilitó la vara municipal para impedir la llegada de Ernest Maragall— y menos permanecer ocho años en él. El poder del alcalde de Barcelona es mucho poder y su capacidad para comprar lealtades y silencios ha sido alta. Especialmente, en un momento en el que las élites locales estaban muchas de ellas desnortadas y su batalla principal, y en ocasiones única, era contra el independentismo. Al final, el Upper Diagonal llegó a pensar que Colau era un mal menor. La decadencia de Barcelona era lo menos importante.

Pero, lo que son las cosas, ha llegado el momento en que Colau se ha revuelto contra los suyos o, para ser más exactos, contra alguno de los suyos, con un lenguaje y unas formas que a 600 kilómetros ha sorprendido e irritado a más de uno. Ada Colau, sin careta, ha disparado con fuego real contra Podemos por querer marcar un perfil propio y ha cruzado una tenue línea que le acerca al chantaje: "Podemos ha firmado un acuerdo con Sumar. Lo tiene que cumplir. Estamos haciendo política para la gente, no para los partidos. Si no lo cumple, no tendrá el retorno en materia económica". No se puede decir más claro: o pasarán por el aro o que se olviden de que se cumplan los acuerdos firmados en la coalición que lidera Yolanda Díaz y que deben establecer como se distribuye el dinero al que tienen acceso como coalición política, entiendo que, fundamentalmente, en las Cortes, el Congreso y el Senado.

Es cierto que las relaciones de Sumar con Podemos no son las mejores posibles e incluso las dos ministras moradas en el gobierno de Pedro Sánchez, Irene Montero e Ione Belarra, no asistieron a la solemne presentación pública del acuerdo que debe servir como preámbulo del nuevo gobierno de coalición si el presidente en funciones saca adelante su investidura. Podemos ya ha dicho que no ha participado en su elaboración y no pasa día en que Sumar no especula con que no haya ministros de Podemos en el próximo gobierno. Hay tensión, sí; pero las palabras de Colau han sido como encender una mecha de pólvora e Iglesias no se ha mordido la lengua: "A veces la pulsión inconsciente hay que tratarla de disimular. Es evidente que Ada Colau quería decirle a Podemos: o haces lo que nosotros digamos o te quedas sin dinero. Pues puede usted señora guardarse su autoritarismo donde le quepa porque además esto no es cierto. Es una falta de respeto inaudita a la militancia y que además tendrá consecuencias". Todo ello trufado de calificativos como que es "patético que Colau pretenda ejercer un poder que no tiene".

No seré yo quien fije la guía de cómo han de resolver sus problemas en Sumar, pero está bien que a 600 kilómetros se empiece a conocer mejor a Ada Colau. Tampoco sé si llegará a ministra en el gobierno de Pedro Sánchez, como ella hace tiempo que pretende ser, aunque lo niegue una y otra vez. El refugio que ha encontrado en que mucha gente se lo pide, pero sus intenciones no son irse a Madrid, dista mucho de acercarse a la verdad. Se quedará en Barcelona si no tiene otras opciones y, al final, se queda fuera del reparto de carteras ministeriales. Seguramente, Yolanda Díaz se lo debe, pero también es comprensible la preocupación socialista de darle cancha a una rival que quieren alejar al precio que sea de la posibilidad de que tenga opciones de volver a ser alcaldesa y que impida la consolidación de Jaume Collboni.