Hace ya tiempo que el presidente castellano-manchego Emiliano García-Page ha decidido hacerse un nombre mal hablando de Catalunya. La política genera a veces este tipo de personajes: andrajosos intelectualmente hablando, cobardes a la hora de hacer algo más que parlotear —ahí está su eterna pelea con Pedro Sánchez—, incapaces de hacer otra cosa que, desde una presunta izquierda, servir a la España más cercana a la del PP o a la del tardofranquismo, y campeones del populismo de la descalificación, la mentira y el escarnio. Ha ido a la Moncloa a reunirse con Pedro Sánchez, en la ronda de entrevistas del presidente del gobierno con los presidentes autonómicos, a hablar de Catalunya, que es algo así como su mantra permanente cada vez que abre la boca. Porque Page no existiría si no fuera el comodín fácil de los diarios ultras de Madrid a la hora de orientar todos sus disparos hacia Catalunya, el único entretenimiento que les queda si no quieren fijar su mirada en la inacción política del PP.

La rapacidad de Page supera la avaricia de su antecesor, José Bono, aquel presidente que en el siglo pasado iba por los medios de comunicación y por las agrupaciones socialistas junto al extremeño Juan Carlos Rodríguez Ibarra y el andaluz Manuel Chaves —los llamaban "los tres tenores"— hablando de la insolidaridad de los catalanes, un pasaporte para ganar elecciones en sus comunidades autónomas. Hoy, Bono pasa largas temporadas en la República Dominicana y ha hecho un patrimonio económico nada despreciable. Bien, pues Page ha salido de su reunión con Sánchez envalentonado. "La riqueza de Castilla-La Mancha no es de los castellanomanchegos, la riqueza de Catalunya no es de los catalanes, es de todos", ha afirmado. Para añadir que Castilla-La Mancha es pobre, que la economía no se puede trocear en diecisiete y que los territorios no pagan impuestos, los pagan los ciudadanos y las empresas.

Vale la pena arriesgarse a unas elecciones adelantadas en España por un tema como el concierto económico

Hombre, eso de que la riqueza de los catalanes es de todos es algo que ya sabemos y padecemos. Precisamente, de eso se trata, de cambiarlo. De que sea de los catalanes y que dejen de aprovecharse de esa descarnada avaricia española que cada vez nos hace más pobres. Claro que hay un status quo en el Estado español para que nada se mueva, todo continúe exactamente igual y el déficit catalán continúe. La Generalitat elevó a casi 22.000 millones el déficit fiscal del Estado con Cataluña en 2021: cifró en 20.772 millones el de 2020 y en 21.982 millones el de 2021. Todo el mundo sabe que para revertir esta situación únicamente hay dos caminos: la independencia o el concierto económico. Catalunya no está en camino de ninguna de estas dos situaciones y lamentablemente casi nada sustancial cambiará en los próximos años. Me gustaría equivocarme, pero no se está en el carril de revertir esta situación en profundidad, por más que Esquerra y el PSC firmaran un documento de circunstancias para facilitar la investidura de Salvador Illa.

No deja de ser sorprendente que tanto Junts como Esquerra Republicana dejen pasar la oportunidad de revertir esta situación en Madrid. Vale la pena arriesgarse a unas elecciones adelantadas en España por un tema como el concierto económico, la única manera de que Catalunya pueda revertir la dependencia económica actualmente existente y superar la realidad actual, que condena al país al expolio permanente. Hay una mayoría muy amplia para ello, porque las necesidades en educación o salud —por citar dos aspectos— de nuestras gentes son enormes. No hay un área del estado del bienestar de los catalanes que no necesite adecuarse a una situación diferente a la que había hace una década. En junio de 2024, Catalunya cerró con una población de 8.068.180 personas, lo que supone un incremento de 89.581 habitantes en el último año, en el que la población fue de 7.978.599 personas. Hace una década, cuando venció el actual sistema de financiación, Catalunya tenía  7,4 millones de habitantes. Y, mientras tanto, para colmo, hay que seguir escuchando las idioteces de Page.