Desde que Pedro Sánchez decidió vender a los saharauis, rehacer lazos con Marruecos e irritar a Argelia, en una jugada política que aún no ha explicado de manera que pueda ser entendida, la inestabilidad que ha desatado en las relaciones de España con el norte de África no hay día que no vivan un nuevo episodio. Solo podemos especular sobre si hay alguna relación con que el espionaje con Pegasus que sufrió el móvil del presidente del Gobierno contenía material relevante y que detrás de la operación estuvieran los servicios de inteligencia marroquíes. Porque razones políticas para lo que ha hecho cuesta de encontrar y la ineptitud también tiene un límite. Eso, sin contar cómo ha afectado a algo tan inmaterial como la dignidad, ya que por en medio se ha condenado al pueblo saharaui a un apoyo importante y que ha durado décadas sobre su derecho a la autodeterminación. También ha tenido afectaciones materiales, como se está viendo en las relaciones con Argelia, país clave en el suministro de gas que a la que pueda nos lo hará pagar caro.
La Comisión Europea ha parado el primer golpe que le quería infligir a España y que hacía pensar que se había iniciado un punto de no retorno en el suministro del gas. Argelia ha matizado que la suspensión del tratado de amistad con España no quiere decir eso y que el gas seguirá fluyendo. Pero la primera advertencia ya ha sido hecha y en este tipo de situaciones ya se sabe que cuando la llave del grifo tan solo está en un país y el precio no se fija por consenso, la posición negociadora no es siempre la mejor y menos si quien tiene la posición de fuerza está enfadado contigo. Que todo ello se produzca con una inflación claramente por encima del 8%, un recorte del Banco de España del crecimiento para este año 2022 de tan solo el 4,2% y un riesgo cada vez más evidente de estanflación -inflación y estancamiento económico- en muchos países, España entre ellos, del que ya ha alertado el Banco Mundial.
No deja de ser curioso el horizonte que se nos presenta por delante, claramente dividido en un 3+4: los primeros tres meses habrá un consumo como no se recordaba en años y ya se empieza a notar en compañías aeronaúticas al límite de su capacidad en todo el verano, hoteles a tope de sus reservas y los establecimientos sin posibilidades de disponer del personal que necesitan en sus empresas. Será un espejismo de lo que vendrá a la vuelta del verano con la guerra siguiendo su rumbo imparable, la falta de suministros en diferentes sectores y también la falta de productos básicos que obligarán, probablemente, a un racionamiento, una palabra nada agradable de escuchar.
En todo este contexto, meterse en líos con un proveedor como Argelia es un pésimo negocio. Y no saber por qué se ha producido todo es hurtar la verdad a los ciudadanos. Aquellos que trazan análisis económicos para los próximos doce meses no son nada optimistas ya que los nubarrones, lejos de despejarse, aparecen cada vez más negros. Y eso que, por suerte, ha desaparecido de la ecuación, veremos si definitivamente, el coronavirus y sus efectos, lo que ha obligado a destinar numerosos recursos públicos a todas las administraciones aunque los incumplimientos, sobre todo los del gobierno central, hayan sido altos y nos hayamos parecido muy poco a Alemania en las ayudas a los sectores más afectados.
En cualquier caso, las luces de los semáforos para la vuelta del verano están más en rojo que en ámbar, y por descontado que el color verde no se ve por ningún sitio.