La manera como Pedro Sánchez ha decidido tirar la caña a Esquerra Republicana para allanar el camino de Salvador Illa a la presidencia de la Generalitat y reconocerle a los republicanos su papel de interlocutor privilegiado en la política española y catalana supone dos cosas: que no va a ceder a las demandas de Junts de faciltar sus votos a Carles Puigdemont y que no considera verosímiles las advertencias de Junts de que está sentenciando la legislatura española y poniendo en riesgo su continuidad como presidente del Gobierno. Es más, Sánchez descarta que Junts y PP puedan llegar a hacer una pinza y por eso ha decidido ser parte activa en la investidura de Illa.

Es una buena noticia para Esquerra, que refuerza el valor de sus votos en Madrid, en el ayuntamiento de Barcelona y en el Parlament después de tres descalabros electorales. Pero es también un elogio envenenado, ya que los republicanos van a necesitar que el concierto económico que reclaman sea realmente lo que todo el mundo entiende por ello: que Catalunya salga del régimen común de financiación autonómica en que están todas las comunidades, excepto el País Vasco y Navarra, y se dote de un régimen de financiación singular y privativo que le provea un amplio poder fiscal y financiero. Vamos, que en el trapicheo que siempre hay en Madrid no se acabe comprando como concierto un recital musical.

Se explica que en el primer viaje que hizo el entonces secretario general de Esquerra Republicana, Heribert Barrera, después de las elecciones de 1977, llegó a Barajas y pidió a un taxista que lo llevara a la Zarzuela para su audiencia con el rey Juan Carlos. Hoy, casi 50 años después, puede causar mucha risa, pero también refleja cuál es la relación de la política catalana con el entramado institucional de la capital, que puedo dar fe que tampoco ha cambiado tanto. Los republicanos van a bailar a partir del martes un baile nada sencillo con el PSC y con Junts simultáneamente. El mismo día el president del Parlament, Josep Rull, iniciará su ronda de contactos con los partidos con representación parlamentaria para constatar que no puede designar candidato alguno a la presidencia. Que el ganador de las elecciones, Salvador Illa, aún no quiere ir a la investidura y el segundo clasificado, Carles Puigdemont, tampoco tiene aún votos para ello. El reloj de la repetición electoral se pondrá en marcha el 25 de junio.

Los republicanos van a bailar a partir del martes un baile nada sencillo con el PSC y con Junts simultáneamente

Esquerra va a empezar a padecer el dilema de la manta corta. Se conoce el síndrome de la manta corta como aquella que tapa los pies o tapa la cabeza, pero no llega a tapar ambos, por lo que si eliges tapar los pies dejarás la cabeza descubierta y viceversa. Por eso, la cabeza visible de los republicanos en las negociaciones, Marta Rovira, quiere tiempo. Apurar el reloj mientras mira si baja la temperatura del termómetro interno del partido y también el malestar de la militancia, inclina a un no generalizado. Mientras se enfrían las aguas en ERC, Pedro Sánchez tendrá que explicar qué entiende por una financiación singular para Catalunya. Sus promesas ponen los pelos de punta. Pero habrá que ver. Porque singular, ciertamente ya la hemos tenido y el expolio que hemos padecido ha sido importante.