Da una cierta vergüenza la subasta pública que se está haciendo de la alcaldía de Barcelona, en que los principios y compromisos públicos adquiridos antes de los comicios del pasado 28 de mayo sirven de bastante poco y parece que cualquier acuerdo sirve para arrebatar la vara de mando de la ciudad al ganador de las elecciones, Xavier Trias. En estos momentos, las incógnitas son muchas, empezando por cuándo se constituirá el consistorio de la capital catalana, ya que entra dentro de lo posible que no sea, como el resto de plenos municipales, el próximo sábado como consecuencia del recurso que tiene en marcha Vox para conseguir un tercer concejal, que desemboque en el tribunal contencioso-administrativo y se acabe aplazando hasta los primeros días del mes de julio. Esto se sabrá en las próximas horas, pero acaba condicionando los movimientos de los partidos, que no saben si apretar el acelerador con sus estrategias o no precipitarse.
La última ocurrencia la ha protagonizado Ada Colau, con su propuesta de repartirse los cuatro años de alcaldía a razón de un año Ernest Maragall (ERC), un año y medio ella misma y el último año y medio el candidato socialista Jaume Collboni. Hay que tener muchas ganas de retener el poder a toda costa para realizar una última pirueta en la que costaría mucho saber quién es en cada momento el alcalde y trasladaría una sensación de caos, interinidad y desgobierno difícilmente superable. Aunque Colau ya demostró en 2019 que estaba dispuesta a alcanzar la alcaldía pactando con Manuel Valls para arrebatársela a Ernest Maragall, en esta ocasión juega la partida a varias bandas: le sirve sumar a ERC para lo que denomina gobierno de izquierdas, pero también le valen los votos del Partido Popular, en este caso, para impedir un gobierno entre Xavier Trias y Ernest Maragall.
A Colau aún le falta algún último movimiento en el que, por ejemplo, ella se aparte y deje a todos los suyos colocados en el consistorio. Esta propuesta llegará, si no, al tiempo. Quien sí ha clarificado su posición son los concejales de Vox, que han anunciado que ellos se votarán a sí mismos y se han apartado de cualquier intento que desde las filas socialistas o de los comunes se estaba haciendo de atraerlos hacia una mayoría antiindependentista. En cambio, los que han entrado nuevamente en liza son los cuatro concejales del PP catalán, con Daniel Sirera a la cabeza, que también sumarían mayoría absoluta con los 19 de Collboni y Colau. Si durante las pasadas jornadas que organizó el Cercle d'Economia en Barcelona, en los días inmediatamente posteriores a las municipales del pasado 28 de mayo, Alberto Núñez Feijóo pareció cerrar cualquier operación con los socialistas y los comunes para desbancar a Xavier Trias, en las últimas horas esta posición sería menos contundente fruto de algunas presiones que dice estar recibiendo.
Si Feijóo facilita sus votos a Collboni, lo tendrá muy difícil de explicar a su electorado más antisocialista, aparte de que le habrá entregado a Pedro Sánchez el centro de poder socialista quizás más importante tras las elecciones españolas de 23 de julio. Feijóo podrá explicarlo en los cenáculos de Madrid, pero no entre el empresariado catalán, que desea al precio que sea que el ejército de Colau abandone el ayuntamiento. Solo hace falta ver qué hicieron los distritos barceloneses más favorables a los conservadores españoles en las pasadas municipales y cómo impulsaron a Xavier Trias para desbancar a la actual alcaldesa.
Lo más preocupante de todo este debate sobre la alcaldía de Barcelona es que haya acabado siendo una pieza más entre los intereses de Pedro Sánchez y de Feijóo. Y que lo menos importante sea lo que necesita Barcelona para salir de la parálisis y de la falta de autoestima en la que se encuentra sin un horizonte, si sigue así, para volver a ser aquella ciudad que fue.