El acto unitario de partidos y entidades independentistas en el Arc de Triomf, que servía de celebración del quinto aniversario del 1 de Octubre, ha acabado siendo un triste espectáculo con pitos, insultos y descalificaciones entre independentistas. No hay, seguramente, peor manera de malgastar el sueño de aquel período excepcional que va del año 2012 al 2017 que lanzar por la borda todo lo que se construyó, con sacrificios de tanta y tanta gente, algunas personas con cargos institucionales relevantes y otras, decenas de miles, simplemente anónimas.
Una de ellas, Carme Forcadell, que ha pasado más de 1.400 días encarcelada en tres prisiones diferentes y que fue condenada por el Tribunal Supremo a 11 años y 6 meses de prisión e inhabilitación por un delito de sedición. Se puede discrepar de Forcadell, claro que sí, y estar radicalmente en contra de sus posiciones políticas. La libertad de expresión no puede quedar coartada por su situación personal. Pero no es aceptable que tanto ella como los exiliados y los presos independentistas sean objeto de insultos y descalificaciones por parte de su propio espacio.
Lo que ha sucedido este sábado, no solo con Forcadell, sino con varios de los oradores, no se tendría que volver a repetir nunca más, pero mucho me temo que hemos entrado en una espiral que solo acaba de empezar. La fractura existente es un lastre para que el independentismo trabaje unido, pero convierte lo que tenía que ser una celebración en un funeral que se asemeja más a cuando el independentismo era cosa de unos pocos miles en la calle que cuando en los momentos álgidos llegó a haber varios millones de personas.
Aquella revolución de las sonrisas poco tiene que ver con la acritud de este sábado primero de octubre. Es obvio que el grueso del independentismo no estaba allí, pero es necesario advertir de los peligros de la guerra cainita actual que llega al extremo de la agresión dialéctica a quien no piensa 100% como tú. Es necesario rebajar tensión, reencontrarse, recoser las heridas y hacerlo con responsabilidad y sacrificio. La gravedad del momento lo exige, para que no se produzca una fractura que tarde décadas en superarse. Ha pasado en otros momentos de la historia y ahora estamos muy cerca del abismo.
Que nadie se piense que habrá ganadores y perdedores; si se dinamita el 52% del Parlament solo habrá perdedores. Que nadie se piense que habrá ganadores de la ruptura de la coalición de Govern, solo habrá perdedores. Los vencedores, en todo caso, estarán fuera del independentismo, y el unionismo con sus diferentes rostros se hará un hartón de reír. Habrán pasado en cinco años de tener un intenso temblor de piernas a olvidarse de las reivindicaciones independentistas.