El lehendakari Íñigo Urkullu ha comunicado este jueves de manera oficial que las elecciones vascas serán el 21 de abril, acabando así con cualquier rumor sobre su celebración. Aunque Urkullu no será candidato muy en su contra, después de tres mandatos y casi 12 años de presidencia, porque el PNV ha decidido inyectar oxígeno ante un cuarto mandato del lehendakari y ha optado por un nuevo candidato, Imanol Pradales, de 48 años, un producto típico de la factoría de Sabin Etxea. Aunque el PNV parece abordar los comicios con una cierta ventaja, van a ser las elecciones más competidas en el País Vasco, con Bildu, la formación de la izquierda abertzale, excelentemente bien posicionada, y veremos cómo acaba la distribución de los 75 escaños a repartir, 25 por provincia.
Aunque el mandato de Urkullu no acababa hasta el mes de julio —las elecciones fueron el 12 de julio de 2020— y podía haber alargado la legislatura aun unos meses, cosa que a buen seguro hubiera sido de su agrado, el lehendakari ha acabado plegándose a los deseos del partido, que las quería claramente antes de las europeas de principios de junio. Una vez más se ha puesto de manifiesto la singularidad del PNV, donde es el partido el que lleva las riendas de la política con mayúsculas y el lehendakari y el gobierno vasco acaban siendo unos meros ejecutores. Pasó durante décadas con Xabier Arzalluz, y años después se sigue repitiendo el mismo patrón con el actual presidente del Euzkadi Buru Batzar, Andoni Ortuzar.
Aunque el PNV parece abordar los comicios con una cierta ventaja, van a ser las elecciones más competidas en el País Vasco
Las elecciones vascas van a coger al PNV en un proceso de transición, ya que Pradales es todo un desconocido y un profano en la gran política. Es obvio que confían, sobre todo, en el partido, su implantación territorial y su demostrada disciplina, para superar esta circunstancia. Pero las elecciones españolas del pasado mes de julio introdujeron un factor de nerviosismo desconocido sobre quién ganaría las elecciones del próximo mes de abril. Por primera vez, el margen se redujo muchísimo entre PNV y Bildu. Tanto, que si las elecciones de 2020 arrojaron el 32,01% de votos y seis escaños para el PNV frente al 18,67% y cuatro diputados de Bildu, en los comicios de hace unos meses estos más de trece puntos quedaron en unas pocas décimas. El PNV obtuvo el 24% y cinco escaños y Bildu el 23,9 y cinco parlamentarios también en el Congreso de los Diputados.
Habida cuenta de que en las autonómicas de julio de hace casi cuatro años, la distancia había sido de más de 11 puntos y diez escaños —31 a 21—, ¿podría repetirse un fenómeno de evolución de voto similar al de las últimas españolas el próximo abril? Y, en segundo lugar, ¿podría haber un corrimiento no solo electoral, sino que dejara al PNV sin la lehendakaritza? Parece que el último de los interrogantes es muy remoto, ya que los socialistas, llamados a ser el partido bisagra si no sufren un desplome similar al de Galicia, han garantizado sus votos a los nacionalistas moderados, incluso en la hipótesis de que no quedaran primeros. Pero bueno, ya sabemos que las palabras se las lleva el viento y lo mejor siempre es ganar los comicios si se quieren evitar sustos. Bien es cierto que Pedro Sánchez necesita los votos del PNV en el Congreso y el margen para especular que tiene es cero.
Pero bueno, si hubiera un vuelco electoral y Bildu se alzara con la victoria, la legislatura tendría un cariz muy diferente con el partido ganador en la oposición. Porque lo que sí parece claro es que la posibilidad de que PNV y Bildu se pusieran de acuerdo ni existe, ni se la espera. Algo que, muchas veces, visto desde Catalunya, se olvida. Allí tienen muy claro que no son lo mismo, que las políticas que realizan para satisfacer a sus votantes no son las mismas y que los electorados son, en consecuencia, muy diferentes. Aunque faltan aún más de ocho semanas para el 21-A, el interés sobre el final de la ruleta vasca creo que no va a desaparecer.