Una vez más, y cuesta saber el número de veces que ha sucedido, el Partido Popular se ha echado atrás y la renovación del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) ha quedado aplazada. A diferencia de ocasiones anteriores en que los diferentes dirigentes del PP jugaban a marear la perdiz, y así llevan la friolera de cuatro años caducado el CGPJ y habiendo dimitido incluso su presidente, Carlos Lesmes, todos los actores en juego opinan que el presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, estaba dispuesto a sacar adelante la renovación y así se había acordado con el Gobierno.
¿Qué ha sucedido, entonces? Ha bastado un susto de la prensa ultramontana de Madrid, algún líder importante del partido como la madrileña Isabel Díaz Ayuso, y algunos magistrados claramente opuestos al acuerdo, para que Feijóo se haya echado atrás con la excusa de la sedición, que, por otro lado, ya veremos si la vemos y exactamente cómo acaba quedando la propuesta del Gobierno. Feijóo ha demostrado que tiene los pies de barro y no ha resistido las presiones. Madrid no es Galicia donde hacía y deshacía, sin que nadie se enterara muy bien, ni le interesara, qué sucedía en Santiago. Por eso no había pasado de ser la esperanza blanca de la derecha y de ahí sus reparos a recalar un día en la capital del Reino.
Desarbolado Pedro Casado tras un rifirrafe con Ayuso, Feijóo dio el paso, hizo las maletas y asumió la presidencia del PP. Y pasó de controlar los medios gallegos, donde las generosas ayudas le garantizaban un trato siempre amable, a presentarse en Madrid, donde los diarios de la derecha intentan marcar la línea política cada mañana, al menos desde que José María Aznar dejó la primera línea política. Le pasó a Mariano Rajoy durante sus largos años de oposición —2004 a 2011— y ahora parece que Feijóo va a llevar el mismo camino.
Porque lo peor que le podía pasar a Feijóo es lo que le ha acabado sucediendo finalmente —arrancado de caballo, parada de burro— porque desandando todo el camino ha demostrado que es abatible, y que sus posiciones políticas son simplemente una impostura. El político gallego ha comprobado en su propia piel que solo habrá cohabitación con el poder de Madrid si hace lo que ellos quieren. Vamos, si acepta que no decide las cosas importantes, que esas pasan por otros despachos, incluido la presidencia de la comunidad de Madrid.
Porque mezclar la renovación del CGPJ con la sedición es obviamente una excusa, ya que el Consejo hace cuatro años que está caducado, Europa ha exigido su renovación y es una obligación constitucional, ya que uno de los poderes del Estado —en España, el poder del Estado— no puede seguir en este escenario de ilegalidad, con los plazos superados y siendo un coto privado en el que no se respetan las mayorías políticas. Gusten o no gusten.