Aunque fuera tan solo como una penitencia, Pedro Sánchez debería llegar este viernes a Barcelona por la línea R2 Sur que une Barcelona y Sant Vicenç de Calders, que se ha visto seriamente afectada por un incendio en el cuadro de señales de Gavà y que está provocando un verdadero calvario diario a decenas de miles de personas. No es ninguna novedad que Barcelona se vea afectada por incidencias de diferente gravedad en los últimos años y ahí hay un debate, siempre muy politizado, sobre si la inversión económica que se realiza desde el ministerio es suficiente o no y la reclamación permanente desde Catalunya de que se ceda a la Generalitat el servicio, algo que sí tiene el consenso suficiente que se suele reclamar cuando alguna cosa no gusta en Madrid. Está bien que venga para movilizar al votante en apoyo de Jaume Collboni, pero con resultados, presidente, no con promesas.

No estamos hablando de un problema que se solucionará en cuestión de días, sino de una afectación que se alargará semanas en el tiempo y que el siempre esquivo gobierno de Madrid trata una y otra vez de taponar el debate. Barcelona no es, dicho con el máximo respeto, la Pobla de Segur y alguien tendrá que poner el cascabel al gato para que se revierta la situación existente. Será, seguramente, en parte, el hecho de que los políticos sean básicamente capitalinos y, por tanto, menos afectados, una de las razones, ya que no soy capaz de creerme que tendrían una actitud tan timorata con esta cuestión si se encontraran todos ellos entre los usuarios directos. Es cierto que dialécticamente dicen mucho, pero la fuerza se les va a menudo por la boca y Madrid sabe cómo dar a los políticos catalanes la suficiente correa para que se acaben olvidando hasta la incidencia siguiente que vuelvan a empezar con las protestas.

Pero claro, es más fácil la política populista del gobierno de Sánchez de ofrecer billetes gratuitos que solucionar el problema. ¿De qué sirve no pagar si el servicio funciona mal? De nada, pero tapa bocas y parece que se hagan cosas. Y así estamos. En la tercera prórroga de una decisión adoptada a finales de 2022 que lleva en muchas franjas horarias los trenes a reventar. Gratis, eso sí. Y de manera universal, como si lo necesitara igual el que tiene recursos limitados y lo utiliza para trabajar que el que lo usa por ocio y podría perfectamente pagárselo. Pero claro, es más fácil y, quién sabe, electoralmente más vendible, lo primero que lo segundo. Es como las ayudas de 100 euros de la Generalitat para material escolar para primaria, el próximo curso, también para todos y por un importe total de 50 millones de euros. Aunque hay un debate sobre el incumplimiento que supone que sea la mitad de lo prometido, lo realmente peligroso es que acaben teniendo lo mismo los que lo necesitan como una ayuda escolar imprescindible y los que acabarán gastándoselo en otras cosas, ya que es un dinero para ellos superfluo.

El dinero público necesita ser fiscalizado con una mayor exigencia porque los anuncios se los acaba llevando el viento y el objetivo perseguido solo lo es muy parcialmente. Hay que exigir a los gobiernos, más que cheques o ayudas universales, un sistema eficiente que ayude a los más necesitados o aquellos que tienen más dificultades. Pero también que solucionen problemas y mucho más cuando son crónicos. Debería llegar un momento en que dejáramos de hablar de las incidencias de Rodalies o, al menos, que tuviéramos a los responsables tan cerca que no se pudieran escapar de dar una solución definitiva al problema. Como que esto tardará, ya que nuestros políticos no han sabido o no han querido utilizar la tecla para desbloquear esta transferencia, mientras tanto, que Sánchez venga en Rodalies cada vez que se acerque a Barcelona. Esta debería ser su penitencia.