No es ninguna sorpresa que entre las filas socialistas quien suele vivir peor el protagonismo de Junts es el PSC. Ha pasado siempre así desde los tiempos en que los socialistas catalanes se disputaban la hegemonía en Catalunya con Convergència i Unió, una maquinaria de poder que Jordi Pujol convirtió en imbatible durante más de dos décadas y a cuya desintegración él mismo contribuyó con su famosa confesión de la deixa procedente de su padre, Florenci Pujol. Aquel equilibrio institucional —los nacionalistas tenían la Generalitat y los socialistas, el poder municipal— desapareció en 2011. El procés y la fuga de muchos de sus cuadros agravó el hundimiento del PSC, pero el postprocés les ha dado un poder como el que no habían alcanzado nunca. Junts y Esquerra se reparten, institucionalmente hablando, las migajas que los socialistas les dejan.

Es un escenario idílico para los socialistas catalanes, construido a partes iguales por errores de Junts y de Esquerra y por aciertos del PSC, atribuibles en gran medida al liderazgo incuestionable de Salvador Illa, que dispone de un partido cohesionado y de una maquinaria de poder perfectamente engrasada. El problema, por tanto, no es para los socialistas que viven en el mejor de los mundos, sino para Junts y Esquerra, que necesitan salir de esta situación si quieren ser relevantes. Y es ahí donde empiezan los problemas para los socialistas catalanes y españoles después de unos años en que Junts y Esquerra solo han estado para pelearse entre ellos y la aritmética parlamentaria en España solo dejaba juego a los republicanos. En las elecciones de julio de 2023 la situación cambió, ya que Sánchez necesitaba imperiosamente a los siete diputados de Puigdemont, lo que de rebote llevó a una inédita puja entre Junts y Esquerra, porque estos últimos también querían hacer valer sus escaños.

Empiezan los problemas para los socialistas catalanes y españoles después de unos años en que Junts y Esquerra solo han estado para pelearse entre ellos

Los incumplimientos de Pedro Sánchez han dejado a los dos a los pies de los caballos. Obligados a moverse en un terreno de juego muy pequeño. En el caso de los republicanos, en Madrid el espacio no es superior al de una baldosa, ya que, como ha dicho Oriol Junqueras, no tiene ninguna prisa en que gobierne el PP. Otra cosa es en Catalunya, donde necesita remontar si quiere, un día, tener opciones de volver a repetir la presidencia de la Generalitat que malgastaron tontamente. Junqueras aún no ha enseñado sus cartas, ni ha mostrado indicios de cómo se va a comportar en su retorno a la primera fila política. Por ahora se limita a hacer un discurso que va entre la advertencia y la amenaza a los socialistas, recordándole al PSC que para tener sus votos es necesario que Sánchez cumpla los acuerdos que alcanzó con ellos para su investidura, ligados a la deuda del FLA. Esta presión de Junqueras se irá haciendo evidente y veremos la fuerza de Salvador Illa para arrancar de Sánchez lo que necesita su gobierno para caminar con tranquilidad.

Junts tiene una situación en parte parecida pero diferente. En Catalunya está en la oposición sin matices en las tres principales administraciones catalanas: Generalitat, Ayuntamiento y Diputación de Barcelona. Sus siete escaños en Madrid le dan un terreno de juego para moverse importante pero también arriesgado. Si hoy Junts sometiera a aprobación de la militancia la continuidad del pacto con el PSOE, no sé qué votarían sus bases y sus cuadros, pero no es un riesgo que los socialistas deberían correr. Cuando la viceprimera secretaria del PSC, Lluïsa Moret, reprocha a los de Puigdemont que se pongan al lado del PP y Vox con su ultimátum a Sánchez, está expresando en voz alta el temor de muchos socialistas. Igual que cuando les reprocha que le exijan someterse a una cuestión de confianza, argumentando que ello genera inestabilidad. Tiene razón Moret, alta inestabilidad. Pero eso es lo que busca la formación de Puigdemont. Salir del bucle en el que se encuentra.