"Es inaceptable el chantaje de Junts al PSOE. ¡Mira que pedirle a Pedro Sánchez que se someta a una cuestión de confianza con todo lo que han hecho los socialistas por Puigdemont!". Con estas palabras, pronunciadas casi de carrerilla, un socialista español de renombre evaluaba las relaciones entre Junts y el PSOE antes de las vacaciones de Navidad. Era cuando Carles Puigdemont había advertido a los socialistas que si no llevaban a cabo un viraje importante y empezaban a cumplir los acuerdos sería imposible continuar dando apoyo al Gobierno y que, para salir del agujero, exigía a Sánchez que aceptara una iniciativa legislativa en el Congreso que pedía que se sometiera a una cuestión de confianza. Durante varias semanas, el debate público ha girado, en general, tanto en Madrid como en Barcelona, alrededor del esquema que propugnaba el socialista del principio: el chantaje de Junts. Y de ese bucle no se ha salido. En buena medida, porque las ráfagas de fuego mediático del PSOE y las de Junts no guardan proporción alguna.
Estos días, en vísperas de la trascendental reunión del jueves de la Mesa del Congreso, el PSOE públicamente no ha hablado de chantaje, sino de "juego de presiones", que es una manera más suave de decir lo mismo y de practicar juego sucio con la iniciativa legislativa. Se aduce que debatir sobre una moción de confianza está fuera de lugar, ya que es una prerrogativa del presidente del Gobierno y no del Congreso de los Diputados. Pero que el debate mediático esté ahí situado no quiere decir que sea así. Es más: ¿y si es al revés? ¿No será el PSOE el que chantajea a Junts diciéndole: esto es lo que hay? Dejad de sobreactuar. ¿No tenéis otra alianza posible que con nosotros? ¿Acaso os vais a ir con Feijóo a una moción de censura que necesita los votos de Vox? Porque, en el fondo, esa posición es la que ha sobrevolado en todos los movimientos que ha llevado a cabo el Gobierno español desde el inicio de legislatura: mirar de enfriar los desacuerdos, rebajar la tensión pública, alargar al máximo las discusiones y hacer las mínimas concesiones, más allá de la ley de amnistía.
Los acuerdos PSOE-Junts de Ginebra han volado a Madrid a ritmo de tortuga
Simultáneamente a esa estrategia, los socialistas han solapado inteligentemente otra de la que nada o muy poco se ha explicado, pero que es real como la vida misma. Son las reuniones secretas en Suiza de la mesa que estudia el conflicto político entre Catalunya y España y que tiene un mediador, el diplomático salvadoreño Francisco Galindo Vélez, que actúa como coordinador del mecanismo internacional que verifica, supuestamente, el diálogo político. La realidad es que este ha acabado desembocando en dos mesas, Ginebra y Madrid, que han hablado lenguajes diferentes, han tenido timings diferentes, y al volar los acuerdos de Ginebra a la Moncloa, en vez de hacerlo en avión y con urgencia, lo han hecho a ritmo de tortuga. Al final, José Luis Rodríguez Zapatero y Santos Cerdán decían que sí en las reuniones en la sede de la Fundación Henry Dunant, mientras Félix Bolaños y María Jesús Montero decían que no en la Moncloa. Ese esquema es el que ha explosionado.
Ni está ni se le espera a la oficialidad del catalán en las instituciones europeas, que el gobierno español ha ido dejando que desapareciera de la agenda con una estrategia tan sutil como efectiva. Hay carpetas que se han evaporado del debate político si es que alguna vez han estado, como el reconocimiento nacional, la modificación de la ley orgánica de Financiación de las Comunidades Autónomas para establecer una cláusula de excepción de Catalunya que facilite la cesión del 100% de todos los tributos que se pagan en Catalunya, y la transferencia integral de las competencias de inmigración a la Generalitat de Catalunya. O bien, la ampliación de la participación directa de Catalunya en las instituciones europeas y demás organismos y entidades internacionales, particularmente en los asuntos que tienen especial incidencia en Catalunya. Por no hablar de la negativa del Ministerio del Interior a conceder a Puigdemont la escolta de los Mossos propia de un president de la Generalitat, o el vacío de Sánchez o de Illa en sus viajes a Bruselas, al menos, hasta la fecha.
Con el zurrón de logros de Puigdemont bastante en precario por los incumplimientos del PSOE, que reclame su cumplimiento dista mucho de ser un chantaje, por más que el mantra se repita una y otra vez. Para llegar a esa conclusión no hace falta un mediador internacional, que, seguramente, ya ha llegado a ese mismo resultado y algo les habrá dicho a los socialistas a puerta cerrada. Aquí alguien ha olvidado que el acuerdo de Bruselas, al hablar de la estabilidad de la legislatura española, decía que estará sujeta a los avances y cumplimiento de los acuerdos negociados. Avances y cumplimientos. El que los encuentre que los explique, porque aún no se han escuchado. Veremos como resuelve el pulso la Mesa del Congreso después del no del PSOE a tramitar la iniciativa de Junts. A lo mejor, el comodín Sumar acaba haciendo las funciones de rótula para ganar unas semanas y posponer la ruptura definitiva y total de la mayoría de investidura. Aunque, a estas horas, que Sumar juegue esta carta no parece ni seguro ni probable.