Como que de aquí al 25 de agosto, día en que se convocarían automáticamente unas nuevas elecciones en Catalunya si ningún candidato ha superado la investidura en el Parlament, vamos a ver a Pedro Sánchez y al PSOE diciendo un día una cosa sobre la financiación y al siguiente la contraria, lo mejor va a ser dejar enfriar un poco el tema antes de marear más de la cuenta al personal. Sánchez, un profesional de la táctica, ya nos ha vendido en 24 horas dos cosas contradictorias. La amable, a través de una entrevista convenientemente edulcorada para gustar al catalán simplón, y el mensaje a las Españas de que nadie se preocupe, que no va a haber un concierto ni nada parecido, que la Generalitat no va a pasar a partir de ahora a recaudar y gestionar su propio dinero, como sí ocurre en Euskadi.

Como en la yenka, aquel baile procedente del norte de Europa que hizo furor en la España de los años sesenta, en que se daban saltitos de un lado a otro para acabar siempre en el mismo sitio, la financiación que tiene el PSOE en mente es una evolución del sistema, más que un cambio del sistema. La verdad es que pensaba que el PSOE mantendría durante algún día más el menú de la financiación singular como una pista de aterrizaje para que las conversaciones entre Salvador Illa y los negociadores de Esquerra tuvieran algo a lo que agarrarse. Que no fueran, tan solo, buenas palabras, la promesa de un gobierno de izquierdas y la buena nueva de los comunes cerrando el paso a la derecha de Junts. Pero Sánchez ha dado instrucciones de recoger, por ahora, las promesas a los republicanos.

Igual es porque aún falta mucho tiempo para el final de la partida o porque el vidrioso concepto de la financiación singular para Catalunya tampoco lo aguanta todo y las costuras de un traje demasiado estrecho y a punto de romperse son reales. De hecho, no ha sido Sánchez, ni Illa, ni el Govern actualmente en funciones, sino Alicia Sánchez-Camacho, en octubre de 2013, cuando su nombre aún no había aparecido vinculado a la grabación de La Camarga, quien rescató una propuesta aprobada por el PP catalán en su congreso de mayo de 2012, de financiación singular para Catalunya dentro de la ley orgánica de financiación de las Comunidades Autónomas (Lofca). Si hubieran ido a las hemerotecas, igual hubiera valido la pena definirlo de otra manera, ya que tratar de presentar como un cambio radical del sistema que rompa con el pasado el seguir los pasos de Sánchez-Camacho, más de una década después y con todo lo que ha caído, le va a costar al PSOE y al PSC.

La financiación que tiene el PSOE en mente es una evolución del sistema, más que un cambio del sistema

Pero tiempo al tiempo. Antes, habrá que cubrir el expediente de las audiencias del president del Parlament, Josep Rull, a los presidentes de los grupos parlamentarios en las que se constatará que nadie tiene los votos para salir elegido. Al menos, por ahora. El PSC se ha recetado tila, ya que su futuro está en manos de Esquerra, que tiene que decidir simultáneamente la orientación política del partido y la batalla por la nueva dirección que tiene que salir del congreso convocado para el 30 de noviembre. Mientras, Carles Puigdemont ha elevado el tono hacia Pedro Sánchez, al que ha acusado de inmoral por introducir el tema de la financiación y la mejora del bienestar de los catalanes solo si se vota a Salvador Illa como president. Más allá de considerarlo un chantaje, la situación evidencia la quiebra de confianza entre el PSOE y Junts y entre Puigdemont y Sánchez.

Aún es pronto para afirmar si es ya irreversible, pero la distancia entre ambos hace tiempo que lejos de reducirse no hace más que ampliarse. En el fondo, un mensaje de Puigdemont a Sánchez enviado sin pelos en la lengua: no va a ser posible que cuando pierdes en las urnas ganes en los despachos —España y Barcelona— y cuando ganes en las elecciones también ganes. El tres de tres es un esquema indefendible.