La contundencia con que Carles Puigdemont deshojó este sábado públicamente cuál sería su decisión si tuviera que escoger, llegado el caso, entre la presidencia del Consell per la República y la que también ostenta de Junts per Catalunya, tiene por objeto mirar de preservar el organismo con sede en Bruselas de cualquier tutela de los partidos catalanes, incluido el suyo. Para Puigdemont, la presidencia del Consell, que comparó simbólicamente con su elección en 2016 como president de la Generalitat, tiene un carácter estratégico de plataforma unitaria en el exilio para que sea una herramienta imprescindible en la lucha de Catalunya en el mundo global. En lo que se da en denominar la batalla internacional por la libertad que le niega el gobierno español, el de Mariano Rajoy pero también el de Pedro Sánchez, a base de una constante represión policial y judicial.
Con sus más de 102.000 simpatizantes, el Consell per la República es un organismo incómodo para los partidos independentistas. Quizás por eso ha costado tanto tiempo llegar a la elección de un presidente escogido por la asamblea de representantes este sábado en Canet de Rosselló. Evidentemente, algo menos molesto para Junts, ya que Puigdemont es formalmente su presidente y las discrepancias que existen en su dirección las lleva de una manera más discreta. Tampoco se sienten cómodos Esquerra y la CUP. Pero el camino es bidireccional: el Consell está globalmente distante de la política autonómica del Govern y de muchas de sus decisiones, aunque evita entrar en batalla, ya que este no es su rol.
De hecho, la ausencia de líderes políticos o de miembros del Govern en la jornada política de Canet del Rosselló ya marca una primera y no menor diferencia. La segunda es la composición de la asamblea de representantes, más de un centenar de personas que han sido escogidas por los simpatizantes a partir de una votación directa en la que cada candidato pudo hacer su campaña. Este sistema deja a los partidos sin capacidad de maniobra y de ahí también el interés por rebajar su influencia. El siguiente paso será, como en un parlamento cualquiera, que el ya elegido president configure su gobierno, presente su programa y rinda cuentas periódicamente.
Con la elección de Puigdemont se cierra la primera etapa del Consell per la República, lógicamente, mucho más improvisada al carecer de los organismos de los que ya se ha dotado. A partir de ahora y en un año especialmente intenso en el que se esperan noticias importantes de la justicia europea, el Consell deberá ser capaz de protagonizar con más fuerza que nunca la campaña en el exterior pero también incardinarse con la estrategia del independentismo en el interior. Hay mecanismos suficientes para ello y también una necesidad de salir del laberinto en el que ha entrado la política catalana con una diferencia abismal entre la dialéctica y la acción política.