Cuando Jordi Pujol ha cruzado este martes la puerta del Palau de la Generalitat para entrevistarse con su más reciente sucesor, Salvador Illa, 21 años después de que abandonara el cargo que había ocupado ininterrumpidamente entre 1980 y 2003, muy probablemente se habrá debatido entre la nostalgia de aquel tiempo pasado y el realismo de una década que para él no ha sido nada fácil. Diez años de un padecimiento enorme que ahora parece haberse evaporado en medio de la represión de la operación Catalunya, para dejar paso de nuevo a la gigantesca figura política de Jordi Pujol. La foto oficial distribuida por la Generalitat de su encuentro con Salvador Illa tiene todo lo que necesita la liturgia del poder: reconocimiento, ensamblaje con la historia, evocación de un pasado y gratitud. Algunos prohombres socialistas que solo viven de su amargura ante el pujolismo ya darán cuenta en los próximos días de su irritación. Igual que los de la derecha más españolista, que viven permanentemente irritados con lo que Pujol representa nacionalmente y que nunca le han perdonado.
Aunque Jordi Pujol ha ido ganando espacios de presencia pública desde que en febrero de 2022 la entonces consellera de Acción Exterior, Victòria Alsina, rompió el hielo invitándole a un acto de expresidents en la Universitat de Barcelona —por cierto, con un enojo importante del entonces president de la Generalitat Pere Aragonès, que no quiso asistir al acto en el Paraninfo— flanqueado por Artur Mas, José Montilla, Quim Torra y, por videoconferencia, Carles Puigdemont, nada ha sido rápido, ni sin obstáculos. Ha sido, si se puede decir así, una rehabilitación por etapas. Primero, normalizando su asistencia a los actos más diversos, hasta dejar de ser noticia, y después haciéndose evidente que las luces habían arrinconado a las sombras. No tiene el tratamiento de Molt Honorable que conservan todos los presidentes de la Generalitat una vez han dejado el cargo, pero, con eso, se ha acostumbrado a convivir. Lo difícil, lo duro, era el vacío. Y eso ha quedado atrás.
Pujol no conserva el tratamiento de Molt Honorable, pero lo difícil, lo duro, era el vacío, y ya ha quedado atrás
Lo refleja a la perfección el tuit del president Illa, que acompaña con cuatro fotos de la visita: "El expresidente Pujol es una de las figuras más relevantes de la historia de Catalunya. Ha estado un placer recibirle en el Palau de la Generalitat". ¿Podía Illa haberle dejado fuera de su ronda de entrevistas con los expresidentes de la Generalitat? Podía. ¿Podía haberlo hecho de una manera mucho más discreta? Podía. A lo mejor no se hubiera quejado ni Junts per Catalunya, el partido con el que más se identifica aunque no milita y no será porque no se lo hayan pedido. Incluso, algunos de Junts no deben entender nada, ya que viviendo electoralmente —aún ahora, en buena medida— del pujolismo, solo hacen que correr y correr dispuestos a marcar distancias, como si fueran de la CUP o no hubieran salido de la pubertad.
Veremos como acaba encajando en esta ronda de encuentros el de Illa con el president Carles Puigdemont, que, obviamente, no tiene fecha, y que, sin duda, acabará teniendo lugar y solo podrá ser en el extranjero, ya que sigue vigente la orden de detención del juez Pablo Llarena. Es posible que no sea rápida, pero acabará realizándose en Bélgica o en Francia. Eso lo saben ambos y habrá que encontrar el mejor momento, si es que hay un mejor momento en una cuestión que quizás no sea fácil de explicar a unos y a otros. Pero la aplicación torticera del Tribunal Supremo de la ley de amnistía, haciendo una lectura sesgada que bloquea su aplicación por un tiempo indefinido, solo deja una respuesta a la contumaz obstrucción judicial y esa no puede ser otra que celebrar el encuentro allí donde pueda realizarse.