Los que esperaban que Felipe VI aprovechara su discurso de Navidad para emplazar a los partidos españoles a superar la crisis institucional existente se han encontrado con una de cal y otra de arena. La llamada a "fortalecer las instituciones y que estas respondan al interés general y ejerciten sus funciones con colaboración leal, con respeto a la Constitución y a las leyes y que sean un ejercicio de integridad y rectitud" es lo suficientemente ambiguo para que derecha e izquierda puedan culpar a su adversario. Desde la óptica independentista, la certificación que ya no hay, desde el prisma español, un problema catalán. El problema territorial ha quedado engullido dentro de "otros" y la única referencia, si así se puede entender, ha sido un Bon Nadal a la hora de acabar su intervención televisiva con una despedida también en catalán, gallego y vasco.
El grave deterioro de las instituciones españolas, carcomidas por dentro y secuestradas, en muchos casos, por su corporativismo que ha acabado adueñándose de sus decisiones es, sin duda, un problema más grave que una frase genérica en que todos los actores parecen igual de responsables. Eso no es el esperado papel moderador o neutro del soberano, sino más bien un mero ente protocolario. La legitimidad misma del sistema democrático, siendo como es el titular de la Jefatura del Estado, no se ejerce con cantos de sirena.
Debe ser que es muy fácil salirse del papel marcado por la Constitución cuando se trata del tema catalán —así fue en una calamitosa intervención del 3 de octubre de 2017 que le supuso un punto y aparte en su interlocución con las instituciones catalanas, que le han considerado desde entonces persona non grata— y, en cambio, moverse sin rumbo cuando se trata de preservar la democracia y el legítimo juego de mayorías y minorías que entran en juego cuando se produce una alternancia de poder en España. El bloqueo de los órganos judiciales —Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) y Tribunal Constitucional por parte del PP— merecía algo más que unas palabras insípidas que cada uno va a interpretar como quiera. Ese debía ser, seguramente, el objetivo.
Ese es el camino para convertir a la Corona en una figura retórica, cuando no controvertida. Un discurso que rehuyó cualquier referencia a su padre, exiliado en los Emiratos Árabes Unidos después de que se diera a la fuga el pasado 3 de agosto de 2020 en medio de sus investigaciones fiscales, que fueron sobreseídas. No así el escándalo que aún perdura y que ha hecho inviable su retorno de Abu Dabi, más allá de una fugaz visita en mayo de este año a Galicia. Una situación de la que Felipe VI no ha dado aún ninguna explicación pública.