Dice el dicho que "tanto va el cántaro a la fuente que, al final, se rompe". Y eso es lo que ha sucedido de forma abrupta, estruendosa, llamativa, pero previsible en la visita de Felipe VI y Letizia a Paiporta, la considerada zona cero de la DANA en el País Valencià. No ha sido un toque de atención, un aviso. Al contrario: es la plasmación del hartazgo y el enfado con las autoridades de un color y de otro por la pésima gestión que se ha llevado a cabo desde la trágica noche del pasado martes. Contra todas sin excepción. Incluida la Corona, ausente hasta el quinto día del drama que se está viviendo y cuya visita alguien pensó ilusamente que tendría un efecto balsámico. Ha sucedido todo lo contrario.
Porque a estas alturas ya se puede proclamar sin miedo alguno a equivocarse: nadie ha estado a la altura del cargo que ocupa, mientras decenas de miles de personas desconocen aún dónde están sus familiares o amigos, en qué sitio van a vivir a partir de ahora, cómo van a recibir las ayudas para salir adelante, quién los va a ayudar en la reconstrucción de sus viviendas. O algo mucho más sencillo e inmediato: cómo van a poder esquivar los problemas de salud pública que se les vienen encima, con un nivel de contaminación cada vez más alto en medio de las calles repletas de barro. Este malestar ciudadano obligó a suspender la agenda real, que incluía visitas a varias poblaciones afectadas.
No ha sido un toque de atención, un aviso. Al contrario: es la plasmación del hartazgo y el enfado con las autoridades de un color y de otro por la pésima gestión que se ha llevado a cabo
La jornada nos ofreció una serie de imágenes que van a dar la vuelta al mundo: los reyes, increpados a gritos de "asesinos" y a punto de ser linchados, han tenido que soportar el lanzamiento de barro y objetos diversos. Felipe, muy tenso, responde a un hombre que le recrimina su presencia en Paiporta: "Si quieres no vengo y me quedo en Madrid". Letizia, con el rostro desencajado, iba completamente mojada a causa del lanzamiento de un cubo de agua durante el trayecto. El presidente del gobierno, Pedro Sánchez, siendo rescatado por su equipo de seguridad después de que le empezaran a lanzar palos, abandonó la comitiva en busca de un refugio seguro. Se produjo así una escena sorprendente: el Rey, Letizia y Mazón aguantando las protestas con el jefe del Ejecutivo ya fuera del perímetro de los vecinos que protestaban. Pese a todo, no se recuerda una imagen igual ni de Felipe VI, ni de su padre Juan Carlos I, desde que este último accedió al trono en 1975 y asumió la jefatura del Estado. No solo eso: no me viene a la cabeza una situación similar de alguna monarquía de nuestro entorno, con una protesta tan llamativa y explícita contra ella.
No se aprende la lección: si no es para calzarse unas botas manchadas de barro hasta arriba y coger una pala o cualquier otro objeto para ayudar, más vale quedarse en el palacio. Cualquier servidor público debería tener en cuenta lo que hizo Gerard Schröder en 2002 en unas inundaciones en la nueva Alemania del Este: se calzó las botas de agua, se puso un impermeable verde de la Policía de Fronteras y se puso a andar pueblo tras pueblo, en medio de los barrizales y con miles de damnificados. Estuvo allí desde el primer momento y nadie puede dudar de que Alemania no sea un país descentralizado y los länders tengan competencias en algunos casos, incluso, superiores a las autonomías. Aquel acto de empatía le supuso a Schröder una reconciliación con su pueblo. Aquí ha pasado todo lo contrario y se han vulnerado todos los manuales de comunicación de crisis: se ha viajado al País Valencià en el momento en que el estallido de protesta ciudadano está en su fase más álgida.