Que la alarma se ha instalado en la Moncloa desde las elecciones andaluzas es una evidencia. Como también lo es que mientras una parte del PSOE quiere un partido más centrado, la ruptura del gobierno con Unidas Podemos y prepararse para un gobierno de coalición con el PP; la otra mitad del partido quiere una política más de izquierdas, incrementar el gasto público y las ayudas que hagan falta para rescatar al votante perdido y al abstencionista. Si para algo ha servido el llamado debate del estado de la nación ha sido para certificar que Pedro Sánchez ha escogido la segunda vía y que la máquina del gasto público versus votos perdidos se ha puesto en marcha con una velocidad casi inaudita. La receta de Pedro Sánchez es justamente la contraria a la de José Luis Rodríguez Zapatero en 2008, cuando se inició la denominada crisis financiera: propone una combinación de ayudas indiscriminadas —como los abonos de transportes de Renfe, que serán gratis desde septiembre a fin de año— con impuestos a los bancos y a las empresas eléctricas, del gas y petroleras. Primera conclusión: no quiere dejar la Moncloa sin oponer resistencia.

Antaño se hubiera dicho que Pedro Sánchez se había puesto la americana de pana, aquella que solía lucir Alfonso Guerra cuando quería hacer populismo. Ahora, después de ver la evolución política de Guerra, debe haber pensado que con traje y corbata también se podía hacer el mismo populismo. Las medidas económicas de Sánchez han ocupado buena parte del debate parlamentario y es lógico que sea así ya que la bonificación del 100% de los billetes de Rodalies y media distancia no es una cosa menor. Otra cosa es si es una solución en una red ferroviaria que tiene una sobresaturación, que ahora aumentará, y que tiene deficiencias estructurales importantes por falta de inversión. El impuesto a las entidades bancarias —1.500 millones de euros al año— y a las grandes empresas eléctricas, gasistas y petroleras —2.000 millones de euros al año— es un buen titular, pero ya veremos qué porcentaje no repercute en los ciudadanos.

El entusiasmo con que Unidas Podemos acogió las medidas sirve para recoser las últimas disputas y para situar al gobierno español en la rampa de salida de las municipales. También para tratar de revertir las encuestas que les sitúan en caída libre, con pocas opciones en los comicios que se celebrarán a finales del mes de mayo y donde se deciden los ayuntamientos y un buen número de comunidades autónomas. Sánchez ha virado a la izquierda claramente, pero tampoco hay que pensar que sea el último tumbo de un político que en esta legislatura ha llegado a sacar adelante iniciativas políticas hasta con Vox. Habrá que ver la ortodoxa vicepresidenta primera, Nadia Calviño, como lleva lo del incremento del gasto cuando su política había sido siempre la contraria, de acuerdo con los postulados de Bruselas, de los que es una guardiana fiel.

Porque la mayoría de los economistas han coincidido que las medidas anunciadas son, en todo caso, políticas, pero no van en la línea, e incluso pueden ir en la dirección contraria, de lo que él mismo ha señalado: que su principal objetivo era bajar la inflación al 6,5% antes de final de año. Actualmente, supera la barrera del 10%, siendo la más alta en los últimos 37 años, una situación que no es única en Europa, donde nueve países ya alcanzaron los dos dígitos en la inflación acumulada del pasado mes de junio. Regalar dinero como ha prometido es justamente lo contrario de luchar contra la inflación y si ésta baja será por otras causas.

El debate fue, en líneas generales, bastante tedioso en parte porque el líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, no es diputado y se tuvo que consolar con seguirlo desde el escaño del Congreso y ceder la palabra a la portavoz Cuca Gamarra. No hubo, por tanto, cara a cara, y ello restó morbo e interés. Además, Gamarra renunció a presentar una alternativa real a la política de Sánchez y se limitó a una retahíla de quejas y más quejas. Tampoco tuvo su mejor día el portavoz de Esquerra Republicana, Gabriel Rufián, más ácido con el Gobierno que de costumbre y que cometió, seguramente, un desliz al exhibir balas en la tribuna del hemiciclo, en un Parlamento que fue tiroteado en 1981 por Tejero. Sánchez lo aprovechó, y tuvo, a lo mejor, la intervención más ácida de la tarde, reprochándole todo su discurso. En la réplica, Rufián bajó el tono.