Después de siete años y nueve meses, el tiempo que ha transcurrido desde que Pedro Sánchez, siendo jefe de la oposición, se desplazara al Palau de la Generalitat para reunirse con el president Carles Puigdemont, los dos políticos del momento se han visto cara a cara. Ambos con rictus serio, pero también con un cierto guante de seda, protagonizaron una partida de esgrima en el Parlamento Europeo de Estrasburgo, en la que Puigdemont envidó a Sánchez sin llegar a amenazarle y el inquilino de la Moncloa, con cortesía más que con resultados, le invitó a aprovechar la ley de la amnistía para abrir un tiempo nuevo. El catalán lengua oficial en Europa seguirá, por ahora, en el limbo, esperando de nuevo a que el PSOE note el aliento en el cogote del independentismo y se le dé la vuelta al ritmo lento de ejecución de los cumplimientos adquiridos antes de la investidura.
"Hoy la situación en Catalunya es infinitamente mejor y la seguiremos mejorando. Al señor Puigdemont quiero decirle que está en nuestras manos conseguirlo", le dijo Sánchez desde el atril de Estrasburgo y en referencia a la ley de amnistía. Antes, el president exiliado le había echado en cara los escasos avances del catalán en Europa, que ya ha necesitado de cinco infructuosas reuniones del Consejo de Asuntos Generales de la Unión Europea, en las que participan los ministerios de Exteriores de los 27 países miembros. La presidencia española no ha rematado el tema y ahora la carpeta pasa a la presidencia belga, que ostentará la presidencia de turno a partir del 1 de enero. Sánchez, que ha tenido más tiempo para hablar, ya que ha podido intervenir en el inicio del debate y en la parte final, se encontraba cómodo hablando de la amnistía y con la lección bien aprendida.
Su duelo con el presidente del grupo popular, el alemán Manfred Weber, de la Unión Social Cristiana de Baviera, acabó con el democristiano desencajado, taciturno y en la lona. La alianza PP-Vox en las comunidades autónomas y el cambio del nomenclátor de muchas calles, recuperando nombres del pasado franquista fue suficiente. "¿Este sería también su plan para Alemania, devolver a las calles y plazas de Berlín los nombres de los líderes del Tercer Reich?", aseveró Sánchez entre el griterío de la derecha y la extrema derecha. Weber, tocado y hundido, solo pudo mascullar una explicación demasiado pobre para una sesión de tanta tensión dialéctica.
Puigdemont y Sánchez satisficieron a sus respectivas parroquias; ello en medio de una aparente incomodidad evidente para que no hubiera gestos de una complicidad que aún no existe
Puigdemont dispuso solo de un minuto, como el resto de eurodiputados intervinientes. Tiempo suficiente para que su advertencia al líder del PSOE fuera explícita y un aviso para navegantes: "Presidente Sánchez, las oportunidades se tienen que usar cuando se presentan, si se dejan pasar por miedo o incapacidad, las consecuencias no son agradables". Hizo evidente su malestar, aunque dejó, para que se reorienten en Madrid, la primera lista de incumplimientos de la legislatura. Un índice corto, pero importante, ya que si en tan pocas semanas el inventario ya refleja un nivel no menor de informalidades, mejor no pensar cuál puede ser la evolución, si no se hace algo parecido a lo que Artur Mas señalaba este martes en una entrevista con Xavier Graset en el Més 324 cuando ponía el acento en la presión permanente al PSOE para que no se relaje.
Puigdemont y Sánchez satisficieron a sus respectivas parroquias, seguramente. Ello en medio de una aparente incomodidad evidente para que no hubiera gestos de una complicidad que aún no existe. Mirada perdida de Sánchez mientras Puigdemont hablaba, con el ministro Albares, el responsable de la situación del catalán, sentado a su lado. Mientras, en Madrid la batalla de la amnistía cumplía un día más entre amenazas de la justicia española. Nada nuevo... pero inquietante.