Uno de los grandes males del café para todos en las comunidades autónomas españolas es que todas ellas, con la excepción del País Vasco, han mirado siempre de acceder a las mismas competencias que Catalunya. Tanto daba que estuvieran preparadas para asumirlas o que atesoraran algún interés real en gestionarlas: la cuestión era ser iguales. Bajo el falso discurso de evitar privilegios, los diferentes gobiernos españoles han llevado a cabo verdaderas atrocidades. El resumen fácil ha sido la implantación de la uniformidad autonómica, que ha sido usado como freno de las demandas históricas de Catalunya. Se ha dado, incluso, algún caso ridículo como el del Estatut de la llamada Comunitat Valenciana que en su disposición adicional segunda se dice: "Cualquier modificación de la legislación del Estado que, con carácter general y en el ámbito nacional, implique una ampliación de las competencias de las Comunidades Autónomas será de aplicación a la Comunidad Valenciana, considerándose ampliadas en esos mismos términos sus competencias". O sea, no quiero ser menos, aunque no me sirvan para nada.

Viene esta reflexión a cuento del esperpento que se está viviendo con las obras trasladadas desde el Museu de Lleida el año 2017, en plena aplicación del artículo 155 y con el Govern de la Generalitat suspendido, al Monasterio de Villanueva de Sijena. Hubo mucha urgencia en perpetrar aquel atentado museístico que no tenía ni pies ni cabeza y así se defendió y se litigó en los tribunales, tanto por el Govern de la Generalitat de la época como por la diócesis de Lleida. La prensa de Aragón se dedicó muy mayoritariamente a amplificar el conflicto, con el locuaz y populista presidente aragonés, el socialista Javier Lambán a la cabeza, que no dudó en exhibir ante los aragoneses las obras de Sijena como trofeos durante un discurso de fin de año. Como acérrimo catalanófobo, hace unos meses no votó en el Senado la ley de amnistía y su grupo parlamentario le abrió un expediente.

Han pasado siete años desde aquella confiscación y desde que la Guardia Civil irrumpiera en el Museu de Lleida para trasladar las obras de Sijena al monasterio aragonés, ha cambiado un gobierno socialista por uno del PP y todo sigue igual. Además, desde el verano del 2022, los bienes no se pueden ver, el monumento está cerrado por una rehabilitación y se desconoce el estado de conservación de las piezas, ya que la explicación se da con cuentagotas. A todo este disparate, el Justicia de Aragón, que vendría a ser nuestro Síndic de Greuges, le ha propinado un tirón de orejas al gobierno aragonés, pidiéndole explicaciones porque aún siga cerrado, desde hace dos años, el Monasterio de Villanueva de Sijena. El Justicia le ha abierto un expediente de oficio, donde le pide información al Departamento de Presidencia, Interior y Cultura de Aragón, así como al ayuntamiento, para saber qué bienes han sido "recuperados", el régimen de visitas y la política de difusión de este bien de interés cultural.

Bajo el falso discurso de evitar privilegios, los diferentes gobiernos españoles han llevado a cabo verdaderas atrocidades

Sijena es un ejemplo más. Un mal ejemplo más, ya que se podrían encontrar fácilmente otros casos de los ingentes y repetidos esfuerzos de barones socialistas o del PP para ganar musculatura política a partir de confrontarse permanentemente con Catalunya. Dejo para otro día el tema de la financiación autonómica y la reivindicación del concierto económico para Catalunya. Porque en financiación solo hay dos modelos: el del régimen común y el concierto. Del primero puede haber las variables que se quieran, pero del segundo están en vasco y navarro. Ahí es donde Catalunya hace un montón de años que quiere llegar y, por ejemplo, hace un año un frente empresarial lo reclamaba en un manifiesto. Allí firmaban Cecot, FemCat, Pimec, Amec y las cámaras de Barcelona, Girona y Sabadell. Una financiación basada en el concierto, reclamaba el president Aragonès el pasado 25 de junio. Hay tanta literatura publicada, que lo mejor es esperar. Porque lo que seguro que no faltará es el ejercicio de ilusionismo de Pedro Sánchez.