Si nuestros políticos escucharan a la gente, algo que lamentablemente tengo la impresión que muchos de ellos acostumbran a hacer bastante poco, y hubieran aprovechado estos días de Semana Santa para viajar por Catalunya, en cualquiera de las cuatro esquinas de nuestro magnífico país hubieran escuchado tres cosas: en primer lugar, un runrún de fondo y también de crítica hacia ellos sobre la alarmante sequía que ha dejado un paisaje extraordinariamente seco en este inicio de primavera. Los payeses ya piensan en las restricciones de agua, en los incendios fuera de temporada que se han producido, en el riesgo de que muchos árboles se puedan incluso llegar a morir y en un verano que no son ni capaces de imaginarse como todo continúe igual.
El Alt Urgell, el Solsonès o el Berguedà no son diferentes a otras comarcas agrícolas o ganaderas del país, y mientras ironizan de que ahora en Barcelona se hayan dado cuenta de que hay un verdadero problema con el jabalí, cuando hace quince años ellos lo advirtieron y nadie les hizo ni caso —"ahora ya no es el jabalí, que se ha hecho tarde, el problema que viene es el ciervo, el corzo y el rebeco"—, te explican una y otra vez la demagogia que se hace con ellos y se preguntan qué ha pasado con las inversiones para paliar la sequía. Cuando les dices que se ha intentado hacer una cumbre contra la sequía y que ha fracasado, lo primero que te dicen es "¿cuántos payeses había?", y lo segundo, "¿en qué se gastan el dinero si no hay inversiones en marcha?". Por cierto, del ACA, y eso no es una novedad de este gobierno, nadie habla bien.
Todos esperan que este mismo martes el Govern anuncie inversiones económicas contra la sequía —inversiones repiten, no ayudas— y una nueva convocatoria urgente de la cumbre contra la sequía, aunque los payeses temen que no será así y los políticos hablarán de sus propias agendas y, sobre todo, se discutirán sobre temas que no son su prioridad. En segundo lugar, si se han movido por el territorio estos días, habrán visto que el turismo ha dado una alegría importante al sector que esperaba como agua de mayo una Semana Santa como esta. No todo el mundo ha colgado el completo, pero la satisfacción es bastante generalizada. Guste o no guste, el turismo sigue siendo un gran generador de riqueza.
Y en tercer lugar, a lo mejor, hubieran sabido de la gravedad de la plaga de conejos en la agricultura, muy especialmente en las siempre olvidadas comarcas de Lleida. No ayuda el hecho de que la Generalitat y la delegación del Gobierno español se pasen uno a otro las responsabilidades y las competencias para poder realizar tratamientos más efectivos contra la emergencia cinegética. Su respuesta es contundente: para lo que les interesa, sí se ponen de acuerdo. Y, claro, hay que callar porque no les falta razón. Y entre medio, la cosecha de cereal en las comarcas de la plana de Lleida está en peligro.
Pero la agenda política —o sea de los políticos— va por otro camino. Quizás por eso el voto es tan volátil y los gobiernos no llegan al aprobado.