Por primera vez, el exteniente coronel Antonio Tejero Molina ha situado al rey Juan Carlos I como la cúpula del golpe de Estado protagonizado el 23 de febrero de 1981. No había muchas dudas de que realmente había sido así, de la misma manera que el gobierno de Felipe González había estado detrás de los asesinatos de los GAL, pero está muy bien que quien protagonizó aquella intentona golpista ponga nombres y apellidos y le sitúe en el vértice de la maniobra más antidemocrática de la tan cacareada transición política, de la que cada vez tenemos más información de que no fue tan ejemplar como en su momento se nos quiso hacer ver.
El golpista en cap está cómodamente en el exilio en los Emiratos Árabes Unidos, viviendo a todo tren y pagando el peaje de los excesos que cometió, tanto políticos, como económicos y personales. De hecho, solo su examante, la princesa y empresaria alemana Corinna Larsen le ha tratado de complicar la vida judicialmente en el Reino Unido sin que sus acciones hayan prosperado. No se encuentra allí fruto de una investigación ni judicial ni política en España, ya que una malentendida inviolabilidad, según el artículo 56.3 de la Constitución Española, le confiere impunidad frente a las leyes, sean estas penales, civiles o administrativas.
Se entiende así cada vez más como el llamado régimen del 78 cierra filas y se defienden entre ellos. No hay derechas, ni izquierdas, sino personajes aprovechados de una situación muy especial y que actúan con absoluta inmunidad judicial. Todo está prescrito, y lo que no está se posterga su investigación hasta que sí lo esté y no haya que dar explicaciones en los tribunales por ello. Se protegen y, al final, todos se sienten beneficiados de un régimen que les protege. Es la cuadratura perfecta. Un auténtico win win.
Y si el escándalo sobrepasa lo que la opinión pública puede llegar a asumir y la monarquía queda al descubierto y sus tejemanejes son imposibles de ocultar, se cambia la ficha principal, se la deja caer en un exilio dorado de los Emiratos y nada acaba pasando. A rey muerto, rey puesto. Se modifica el relato, se le aconseja desaparecer del papel couche y uno más joven pasa a ocupar su sitio. La jefatura del Estado se pone a salvo y vuelve la rueda a empezar. Javier Cercas ya puede ir cambiando su relato de Anatomía de un instante, que le valió el Premio Nacional de Narrativa en 2010, y el que elogia a Juan Carlos I por el 23-F. Un golpe que "desde luego paró el Rey", según explicaba el escritor.
Algo debería empezar a cambiar con la investidura que está negociando Pedro Sánchez con los independentistas catalanes y que debería abrir lo más parecido a una nueva situación política, que no solo abordará la amnistía y el fin de la represión, sino que encarará carpetas, como la judicial, que ha sido imposible abordar desde 1977. Igual sí que esta vez es posible.