Por si había en algún rincón algún optimista que creyera que el conflicto en Ucrania podría entrar más bien pronto que tarde en vías de solución, el presidente de la Federación Rusa, Vladímir Putin, ha mandado este jueves un mensaje inequívoco con el decreto que ha firmado desde el Kremlin: el 1 de enero del próximo año, el número de militares que sirven en el ejército ruso se incrementará en 137.000 personas. Esta cifra hará que el número de efectivos del país se dispare hasta los 1.150.628 militares, lo que unido al personal civil en las Fuerzas Armadas, hará que su plantilla se eleve por encima de los 2 millones. Para ese dispendio militar, el presidente ruso ha decretado que se asigne el presupuesto que sea necesario para reforzar su maquinaria de guerra.
Todo eso sucede cuando la invasión militar rusa de Ucrania ha entrado en su séptimo mes y sin indicio alguno de distensión, y la guerra se ha situado en una fase informativa en que se habla más de las consecuencias del conflicto para occidente, que de los problemas que entraña para el pueblo ucraniano. Europa sigue comprometida con Ucrania, Estados Unidos está jugando su particular partida para sacar el mayor rédito económico posible y dificultar una alianza entre China y Rusia, y Putin se prepara para un invierno en que tendrá en su mano la mayor desestabilización económica de Europa desde la crisis financiera de finales la primera década de este siglo.
Mientras todo esto sucede, prosiguen las sanciones a Rusia, aunque hay una cierta nebulosa informativa sobre el impacto real de las medidas y cuál es la situación exacta de su economía. Las declaraciones de Putin asegurando que habían experimentado un crecimiento sus ingresos se han de poner en cuarentena, pero en la actual guerra fría que se vive, la propaganda también gana batallas. Bloomberg ha dado por bueno que el sector industrial ruso ha registrado la menor contracción en cuatro meses y que la economía rusa se está adaptando a las sanciones.
Aquella guerra rápida de Putin que diagnosticaban cualificados analistas internacionales lleva camino de parecerse más a una guerra de desgaste que a un conflicto militar abierto. Antes de las vacaciones de verano, un diplomático de una cancillería europea importante se expresaba en términos de gran preocupación ante la pérdida de peso del Viejo Continente y el papel muy limitado de Bruselas en el primer gran conflicto en su suelo del siglo XXI. Es evidente que le ha cogido a Europa con el paso cambiado, pero tardará muchos años en resarcirse del papel tan pobre que ha hecho en la invasión rusa de Ucrania.