A medida que pasa el tiempo, y este viernes 24 de febrero se cumplirá un año, las comparaciones con situaciones bélicas anteriores se hacen más evidentes cuando se habla de la invasión de Ucrania por parte de Rusia. Aquel paseo militar que muchos analistas preveían para Vladímir Putin, dadas las diferencias entre el poderío militar de Moscú y Kyiv, y los pronósticos de una guerra de unos pocos días que se había trazado en los despachos del Kremlin, ha acabado siendo un auténtico calvario para el presidente ruso. Kyiv no ha caído y se ha fortificado con el apoyo militar occidental, que le ayuda enormemente a resistir y a mantener abierta la esperanza de que Ucrania puede realmente ganar esta guerra.
Pero ha habido algo en este conflicto que ha sido capital para entender su evolución y la resistencia de los ucranianos. No se trata de su poderío militar, ni tan siquiera de la preparación de su ejército. Tiene que ver con el hecho de que cada ciudadano se ha acabado convirtiendo en soldado. Que la defensa de la patria ha sido una labor colectiva y que los ucranianos han tenido un líder y un relato para resistir, incluso en sus peores momentos. Zelenski ha viajado por todo el mundo, ha recibido ayudas de todos los gobiernos occidentales y ha establecido un frame tan claro como imbatible: ellos eran los invadidos y los rusos los invasores. Luchaban por su libertad, una causa inabarcable cuando las tropas enemigas son superiores y las dudas sobre el futuro son importantes.
Con todo, esta situación está pasando factura a Putin y a su estado mayor militar, que ha tenido que revocar en más de una ocasión. El presidente ruso pensaba que la invasión de Ucrania sería como en Crimea, y se ha encontrado con una situación similar a la de los americanos en Vietnam más de 60 años después. En aquella guerra asiática, los americanos dejaron una parte del prestigio de la época, y su poco honrosa retirada marcó a una generación. Entonces y ahora hay respuestas similares: las protestas de la población por ir a la guerra, la imposición política para trasladar soldados al campo de batalla y mantener vivo un conflicto militar que carece de toda lógica y el peso que la derrota siempre acaba pasando.
Aunque este viernes, cuando se cumpla un año del conflicto, se aprobará el décimo paquete de sanciones contra Rusia, la situación no variará sustancialmente. El aislamiento internacional de Moscú es muy alto, pero la realidad es que las consecuencias tardan mucho tiempo en hacer su efecto. Nadie se atreve a predecir la evolución del conflicto. Los que lo preveían muy limitado en el tiempo hablan ahora de una guerra mucho más larga, y mientras Europa parece haberse acostumbrado a ello. No hay una vía diplomática conocida y tampoco ningún dirigente con autoridad suficiente para adentrarse en este terreno.
Los muertos para Putin se elevan a decenas de miles, y según el ministerio de Defensa del Reino Unido, las bajas rusas son de entre 175.000 y 200.000 desde el inicio de la guerra. Entre ellas, y según su último informe de inteligencia, entre 40.000 y 60.000 muertos. ¿Cuánto tiempo más podrá continuar así el presidente ruso si el malestar ciudadano persiste o se incrementa?